Me ha llamado la atención comprobar lo difícil, por no decir
lo imposible, que resulta encontrar en la red alguna foto de la Casa del
Correo con una sola bandera en el balcón, de cuando, en los duros años del
franquismo, lo ocupaba la Dirección General de Seguridad, con sus policías
de largos abrigos y gorras con barboquejo, armados primero con viejos
fusiles y luego con eso que yo pensaba que eran "metralletas" y en la
mili aprendí que eran subfusiles, montando guardia en un enorme portalón que a
ninguno nos apetecería cruzar y que un día comprobé que no era esa la puerta
que se cruzaba cuando te llamaban o te llevaban a declarar ante la Brigada
Político-Social. Me ha extrañado y me ha hecho pensar en que cada vez habrá
menos gente que sepa que los sótanos de lo que fue la DGS estaban llenos
de calabozos y que algún día llegará en que nadie lo recuerde.
Fue buena la intención de Joaquín Leguina al escoger el
tenebroso edificio de la policía franquista como sede de la presidencia de la
Comunidad de Madrid. Lo que no sé es si fue acertada, porque no hay nada peor
que la desmemoria para la buena salud de un pueblo. Leguina pretendió exorcizar
aquella cueva del dragón, instalando en ella una institución democrática de
nuevo cuño, pero, de algún modo, borró la memoria de tanto horror, muertes
incluidas, como el que se vivió allí.
Y es que en ese edificio se torturó y se torturó mucho a
quienes luchaban contra la dictadura y tenían la desgracia de caer en manos
de la policía. Y, para caer en sus manos, bastaba con haber escrito cualquiera
de las entradas de este blog o muchos de los post que habitualmente colgamos en
nuestro muro y, no digamos, los escuetos y muchas veces poco sopesados twits
que colgamos. Por eso me duele este olvido que pretendió ser terapéutico y, a
la larga, ha enquistado el dolor de las víctimas y sus familiares.
España es un país que, como los niños, ha tapado sus oídos y
ha entonado esa salmodia de "es mejor así, hay que
perdonar", para no escuchar las voces de las víctimas. Y, si no ha
sido capaz de sacar a las víctimas de tantos fusilamientos arbitrarios, de
tantas venganzas, cómo iba a ser capaz de juzgar y condenar, no ya a los
asesinos que siguen vivos y con sus manos manchadas de la sangre o la tinta de
aquellos crímenes, sino a esos policías que golpeaban hasta la propia
extenuación no la de quienes torturaban, a veces a la búsqueda de una
información, a veces por puro placer.
Muchos de ellos superaban en edad a sus víctimas, lo que ha
permitido que únicamente dos hayan sobrevivido a quienes han tenido el
coraje de reclamar a la justicia argentina lo que la de su país les niega. Uno
de ellos es el más famoso y más miserable de ellos, Juan Antonio González
Pacheco, conocido como Billy el Niño y famoso por su crueldad, dentro y fuera
de la DGS, que fue hábilmente retratado con otro nombre por su tocayo Bardem en
la película "Siete días de enero", en la que se cuenta su relación
con la matanza de los abogados de Atocha.
González Pacheco y sus compañeros no debían estar muy
tranquilos, visto el final de sus colegas de la PIDE portuguesa y no parecían
dispuestos a dejarse coger como ellos que, sabiendo lo que tenían a sus
espaldas, se resistieron como nadie a entregar las armas a los capitanes de
abril. Pero no tenían nada que temer, porque aquí optamos por mirar para otro
lado. Tanto, que alguno de aquellos perros de presa culminó su carrera como
jefe superior de Policía de alguna que otra provincia, y tanto, que González
Pacheco se convirtió en responsable de seguridad de Peugeot en España.
Por eso, porque esta gente no tuviese que responder en
España de todos sus esfuerzos, no puedo sino sentir sonrojo al ver que ha
tenido que ser una juez argentina, María Servini, la que, instruyendo la
denuncia presentada contra ellos en aquel país, haya decidido llamarles a
declarar como imputados.
Y a partir de aquí, más sonrojo, porque la fiscalía española
se opone a que sean detenidos para que respondan ante la juez Servini, mientras
que Argentina ha decidido abrir sus consulados en España para recibir nuevas
denuncias contra quienes disfrutaron golpeando mientras estaban hambrientos,
mal dormidos y esposados a quienes sólo pretendían que su país fuese más
libre y mejor. De ahí mi sonrojo.
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