Fue ayer, en plena jornada de liga, y no debe extrañarnos
que así fuera, porque, de siete días que tiene la semana, sólo quedan tres sin
liga, lo que no quiere decir sin fútbol. Fue ayer cuando se emitió el
último capítulo del serial correspondiente al fichaje galáctico de todos los
veranos. Fue ayer cuando, por fin, se nos dijo que Gareth Bale, la estrella
galesa del Tottenham, jugará en el Real Madrid las próximas seis
temporadas. Fue el colofón de tres meses de una historia interminable, no
apta para gente dada a los ataques de ansiedad, tres meses de "ya está,
aunque falta un detalle" tres meses de sembrar la inquietud en el
vestuario del Bernabéu, donde más de uno habrá pasado el verano tentándose la
ropa, al verse en peligro por la llegada de un "compañero" que, para
resultar rentable en lo económico, lo deportivo, como con Beckham, queda
al margen, está como esté, debe saltar al campo cada domingo.
No hay más que leer los titulares de las informaciones que
recogen el fichaje, para darse cuenta de que la operación, al menos desde el
punto de vista deportivo, tiene gato encerrado: "Bale, más precio que
currículum" o "El Madrid rompe el mercado" son sólo un ejemplo
que nos pone sobre la pista de lo que estoy hablando. Aquí -que me perdonen los
madridistas- Florentino Pérez se ha comportado como aquellos capos del
estraperlo que, con el tiempo, acabaron siendo asentadores, si no políticos
directamente, que, con los bolsillos llenos de billetes, a la hora de
comprar un coche pedían siempre "el más grande que haiga", hasta el
punto de que, para la gente, cualquier coche que excediese de determinado
tamaño y más si era abundante de niquelados, paso a ser un "haiga".
Se me dirá, ya me lo dijo en Facebook mi amigo Manolo
Fernández, que el dinero con que se paga el fichaje no es dinero público y que
aunque, sin llegar al récord de Bale, también se han pagado cifras escandalosas
por jugadores como el hoy barcelonista Neymar. Y se me dirá con razón, porque
uno y otro fichaje son una especie de afrenta a quienes lo están pasando mal en
medio de esta maldita crisis y lo es en un país en el que los clubes de fútbol
deben cifras escandalosas a la Seguridad Social y a la Hacienda Pública. Y eso
es lo malo que Real Madrid y Barcelona se gastan millones y millones en
jugadores que, en el mejor de los casos, fuerzan a que otros equipos, aunque no
puedan, gasten lo que tienen y lo que no en "comprar" jugadores que,
con suerte, estrechen el foso que separa a los dos "grandes" del
fútbol español de los no tan grandes. Y todo, porque, a la hora de percibir los
derechos de televisión, parece que no todos juegan en la misma liga.
El de Bale es, hasta ahora, el fichaje más caro de la
historia: un mínimo de noventa y un millones de euros en la operación de
traspaso, más un mínimo de once millones al año como sueldo del jugador,
haga lo que haga en el campo. Una barbaridad, pensaréis muchos como yo mismo lo
pienso. Aunque, para eso, los que defienden la burbuja inflacionista
del mercado futbolístico también tienen respuesta, porque insisten en que
el dinero pagado se recuperará en la venta, a precios astronómicos por cierto,
de las camisetas con su nombre y en la parte correspondiente de los
derechos de imagen del jugador. Entonces yo me digo: puestos a buscar modelos
publicitarios y perchas para sus camisetas, jueguen o no jueguen al fútbol, por qué no Richard Clooney
que al menos invertirá parte de lo que gane en buenas causas y no en
horteradas.
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