Difícilmente se puede ser algo sin parecerlo, pero más
difícilmente se puede parecer algo sin serlo. Eso es lo que he creído entender
que decía el periodista y ex militante del PP, Manuel Millán al referirse al
presidente del Tribunal constitucional, Francisco Pérez de los Cobos,
pillado en un nuevo renuncio que pone en evidencia la escasa, si no nula,
imparcialidad que se puede esperar de quien va a tener la última palabra, el
voto de calidad, en las decisiones que adopte el Tribunal Constitucional.
Gracias a la Cadena SER, acabamos de enterarnos de que el
presidente del más alto Tribunal publicó hace tres años, en la
revista Relaciones Laborales, un artículo firmado junto al hoy director
general de Empleo, Xavier Thibault, en el que bajo el título 'La reforma de la
negociación colectiva', ambos expresan su opinión sobre diversos aspectos de la
misma, que luego han quedado recogidos, en más de un artículo casi textualmente, en la Reforma Laboral aprobada por el
gobierno popular.
No seré yo quien niegue a ambos juristas su derecho a expresar su opinión
sobre un asunto tan crucial como ese. Lo que ya no es estético ni mucho menos
de recibo, es que alguien que se ha manifestado públicamente y tomando
partido sobre cuestiones tan controvertidas ideológicamente, pueda
llegar a tener en su mano el poder para echar abajo o mantener leyes sobre
las que ya ha dado, no sólo su opinión, sino su opinión partidista.
Ya dejé escrito aquí mismo que no le encuentro explicación al hecho de que
Pérez de los Cobos haya llegado a presidir el Tribunal. No me cabe en la cabeza
que todo lo que estamos conociendo ahora, la existencia de este artículo, su
militancia en el PP, con pago de cotizaciones incluido, su trabajo en la OIT, a
todas luces incompatible, si no formal, si éticamente, con su
cargo de magistrado del Tribunal Constitucional, tarea a la que,
por respeto a los ciudadanos, debería dedicarse en exclusiva.
No me cabe en la cabeza y pienso que, a la hora de cumplir el trámite del
"examen" parlamentario, hubo negligencia por parte de los senadores
que estudiaron su candidatura. Hoy resulta fácil, casi al alcance de un alumno
de la ESO, hacer una búsqueda en la red de datos y, muy especialmente, de
publicaciones firmadas por cualquier personaje de una cierta relevancia
pública. Por qué, entonces, no descubrieron lo que hoy ha desvelado la Cadena
SER ¿No será más bien que el nombramiento venía ya cerrado y daría lo mismo
cualquier cosa que se pusiese sobre la mesa? ¿No sería que su nombramiento era
más un asunto de bíblico plato de lentejas que de decencia, de la búsqueda de
una verdadera idoneidad para un cargo tan crucial para el bien hacer y el
prestigio del Estado?
Lo que queda claro es que ese Estado queda muy tocado con todo lo que
estamos sabiendo y que sólo la dimisión de Pérez de los Cobos devolvería la
credibilidad presente y futura a una institución que, para los ciudadanos, es
la última garantía de que, con ellos, va a hacerse justicia. Para ocupar algunos cargos, no sólo hay que parecer imparcial, hay que ser imparcial o viceversa. Y, lo siento mucho, pero el del actual presidente, Francisco Pérez de los Cobos, no es el caso.
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