A veces uno se pregunta cómo es posible que este mundo siga girando como si nada, a pesar del nivel de incompetencia que por todas partes nos rodea. Es un fenómeno innegable: nos ha tocado vivir en un sistema en el que se ha instalado la mediocridad.
Lo comprobamos cuando hablamos de gobiernos y lo comprobamos también cuando hablamos de empresas, porque de un tiempo a esta parte la brillantez tan apreciada en otros tiempos ha dejado paso a la más gris de las mediocridades. Nadie quiere escuchar críticas a su alrededor, sólo halagos, sólo asentimientos, sólo sonrisas y parabienes, cuando lo adecuado sería, nobleza obliga, que quienes están arriba escuchasen de vez en cuando alguna que otra advertencia sobre el rumbo errado de sus pasos.
Pero no, las empresas, los gobiernos son barcos cuyo capitán a amordazado a los vigías y han cegado el radar para no tener conciencia de sus errores, con lo que acaban dirigiéndose al desastre, aunque, eso sí, entre laureles y con una sonrisa en los labios. Aún recuerdo como, cuando daba mis primeros pasos en el periodismo, se supo que una de las catástrofes aéreas de aquellos primeros ochenta, en Arganda, cerca de Barajas, se produjo porque la tripulación de un avión de la colombiana Avianca, que cayó a tierra sin supervivientes, se produjo porque el comandante contestó con un "calla, gringo" al insistente "pull up", el aviso con que el radar de altitud le advertía de la peligrosa proximidad al suelo. El aviso, pensó, podía deberse a un error y, además, era molesto.
Pues bien, eso que ocurrió hace treinta años en el cielo de Madrid, se repite un día y otro a nuestro alrededor. Ningún jefe quiere escuchar el "pull up" de sus subordinados. Sólo les confortan las luces de colores del halago, aunque no correspondan a la pista en que deberían aterrizar. En este mundo absurdo, los incompetentes se rodean de incompetentes, para que no deje de brillar el rótulo con su nombre, a la puerta de su despacho. Prefieren el silencio complaciente de quien no quiere molestar al de arriba para que no ser puesto en duda.
Lo malo es que alguno de estos mediocres a veces llega a tener poder suficiente para tomar el mismo sus propias decisiones y esas decisiones suelen ir destinadas a justificar su posición y nada mejor para ello que criticar y destruir lo hecho por otros, no vaya a ser que al de arriba le dé por comparar y por plantearse la idoneidad de su subordinado.
Lo peor es que estos incompetentes a la sombra de incompetentes van tejiendo su propia red de incompetencia, destinada a perpetuar esa mediocridad sistémica a la que debemos la mayor parte de nuestros ales en empresas, gobiernos, partidos y quién sabe si en las propias familias que no ha traído hasta el erial de incompetencia zafiedad y conspiraciones en el que estamos.
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