Los ciudadanos marroquíes, con sus protestas contra el
indulto concedido por el rey Mohamed VI al pederasta español Daniel Galván
Viña, acaban de darnos una lección. No sé qué ha pesado más a la hora
de sacarles a la calle, si ha sido lo horrible de los delitos del espía
español, que iban a quedar sin castigo, o ese componente nacionalista que,
dada la nacionalidad del condenado, multiplica, a los ojos de los
ciudadanos marroquíes, la afrenta de la decisión del rey. No lo sé, pero
bienvenida la presión que, desde la calle, ha conseguido que Mohamed VI haya
dado marcha atrás en una decisión tan arbitraria como injusta.
Creo mucho en la justicia, pese a todo, y no me gusta la gracias. Una sociedad democrática debe tener mecanismos para corregir errores de los jueces o para premiar la rehabilitación de los condenados. Su puesta en libertad debe quedar bajo el control de la sociedad y nunca debe ser una potestad del rey o el Gobierno. No me gustan los indultos y menos me gustan los que se dan
tan masivamente como estos que el rey de Marruecos se regala para celebrar
su cumpleaños o cualquier otra "alegría". Esos indultos suelen
responder más a razones meramente logísticas -aliviar la presión de cárceles
superpobladas, y sirven, además para camuflar excarcelaciones que, de otro
modo, serían como lo ha sido ésta al trascender, inaceptables para la sociedad.
Sé que a mucha gente le parece, a mí también, horrible
que el pederasta español haya quedado, ahora que su indulto se ha revocado,
fuera del alcance de la justicia marroquí, pero ello no debe empañar el triunfo
de la sociedad marroquí que, pese a la represión desplegada por el
ministro del rey, ha seguido con sus protestas en la calle y ha forzado dos
pasos inéditos en la tradicionalmente despótica corona alauita: dar
explicaciones, primero, y marcha atrás después.
Ahora nos queda por conocer el oscuro papel de España en la
liberación de este preso sobre el que, al parecer, ha mostrado un interés
especial. A este respecto, sólo espero dos cosas: que se le detenga y se le
haga cumplir, aunque sea en una prisión española, el resto de la pena que le
queda y que, además, el gobierno dé en sede parlamentaria o donde sea las
explicaciones que quienes creemos más en la justicia que en la gracia estamos
esperando.
De todo lo sucedido, me quedo con la buena nueva de que la
sociedad marroquí ha ganado el pulso mantenido con su rey y con la lección,
evidente, de que el pueblo, la sociedad, cuando decide usarla, tiene mucha más
fuerza de la que cree. El "Sí se puede" de nuestros vecinos del
otro lado del Estrecho debe ser una lección que no deberíamos olvidar.
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