Ahora que todo se desmorona en torno a Rajoy y su PP, me
viene a la memoria la tópica pregunta que, dicen, se hacen, o al menos se
hacían, los norteamericanos a la hora de elegir a quien por cuatro años ha de
regir los destinos del país: una pregunta tan simple como ésta ¿Le compraría un
coche usado? Parece que la mayoría de los estadounidenses sí se lo hubiesen
comprado a Obama y por dos veces y que, eso es seguro, nos quedaremos con las
ganas de saber si lo hubiesen hecho una tercera vez, algo que con la ducha
escocesa de posible intervención de castigo contra Siria, parece ya
imposible.
¿Y aquí? ¿Cuánta gente le compraría su coche a Rajoy?
¿Cuánta gente se sentiría segura en él? ¿Se calentará en las cuestas? ¿Perderá
aceite? ¿Habrá pasado las revisiones? ¿Frenará si lo necesito? ¿Lo habrá
terminado de pagar? Preocupante ¿Verdad?
Está claro que a Rajoy le funciona muy bien la propaganda.
Su peso en los medios, propios o bajo chantaje, le permite lanzar de vez en
cuando sus campañas de propaganda. La última, la que, según él y otros miembros
del gobierno, sitúa a España entre los primeros de la clase, lejos de las
penalidades del pelotón de los torpes. Simultáneamente se narcotiza
convenientemente a la población con el espejismo de un Madrid
olímpico y se genera euforia, a sabiendas de que va a ser efímera, porque,
antes o después sus mentiras, sus decorados van a tener que cruzar
nuestras fronteras y, entonces, el efecto rebote se volvería intratable,
dejando su prestigio por los suelos.
Pero no han sido sólo sus olímpicas mentiras ni su
euforia injustificada, fáciles de desmentir desde el hogar de cualquier
parado, de los que en España hay muchos. También está su ambigüedad a la hora
de definir la posición española frente a la crisis de Siria. Supongo que Obama
y su gente a estas horas saben ya que Mariano, el que recorre un tramo de
pasillo con Obama y convierte unas palabras corteses en un respaldo
absoluto a su manera de afrontar la crisis, absolutamente opuesta a la aplicada
por Washington, es poco de fiar.
Y no lo es, como tampoco lo son sus compañeros de partido,
que dan por hecha la privatización de los hospitales madrileños, cuando la ha
paralizado por segunda vez un juez y cuando la opresión, en contra de lo que se
ha dado a entender, aún no se ha firmado. O los que recortan en la Educación
Pública, reduciendo plantillas y aulas, cuando la tendencia es que aumente la
demanda de plazas, ante la caída de ingresos de las familias, que sacan a sus
hijos de los colegios concertados, que, pese a la caída de matrículas, han
visto incrementadas las subvenciones porque, claro, el negocio es el negocio y,
en gran medida, es el negocio de los amigos y la Enseñanza Pública para
los hijos de los pobres, los inmigrantes y los parados.
También mienten, y cómo, en las cuentas de su partido,
falseadas a los ojos de la Hacienda de todos, del Tribunal de Cuentas, de las
leyes en General, de los militantes del PP y, hoy lo hemos sabido, de los
propios donantes del partido que, como le ha ocurrido a un notario de Torrelodones,
hay que ser tonto por cierto y poco coherente con su profesión, que llegó a
entregar 70.000 euros a su partido, sin haber recibido nunca un recibo por las
discretas entregas.
Mienten, mienten y mienten. Tanto que parece que la verdad,
aunque sea neutra se les hace incómoda, porque si les es favorable la
hinchan y, si no, la ignoran. No sé cuánto tardará en pasarles factura tanta
mentira. De momento, parece que, ya, hasta el PSOE les supera en intención de
voto en las encuestas. Mi opinión es que muchos de quienes les dieron la
mayoría tampoco les creían, pero el mensaje les convenía y que, en el tiempo
que llevan gobernando, ya va para dos años, han mentido tanto que, incluso
ante sus militantes están perdiendo al poca credibilidad que les quedaba.
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