viernes, 6 de septiembre de 2013

HOY NO SERÍA POSIBLE DESCUBRIR EL WATERGATE

 
 
A veces, demasiadas veces, últimamente, me siento avergonzado del papel que juegan los medios de comunicación en la sociedad actual, porque, si bien es cierto que hubo un tiempo en que fueron capaces de estimular a la opinión pública en pro de la defensa de sus derechos, aquellos años quedan ya lejos y lo cierto es que hace ya mucho que los medios son prisioneros del poder, político o económico, al que se ven obligados a servir una vez y otra también.
Demasiado a menudo, la información no llega directamente a las redacciones, sino que hace una primera escala en los despachos de los directores o los propietarios, que tienen línea directa, me temo que unidireccional, con esos poderes, y sale de allí, camino de las redacciones, salpimentada y aderezada convenientemente, para ser cocinada al gusto del cliente que, por desgracia, hace ya mucho que dejó de serlo el lector, el oyente o el televidente.
Lo hemos vivido estos últimos días con lo publicado sobre el nombramiento del sobrino de Isidoro Álvarez,  Rodrigo Gimeno Álvarez, como director general de El Corte Inglés, del que, de no ser por algún medio digital no dependiente de la contratación de publicidad con esos grandes almacenes, medios como eldiario.es, nunca hubiésemos conocido su, si no militancia, cuando menos simpatía por Falange Auténtica, en cuyas listas electorales, el hoy director general de El Corte Inglés figuró en tres ocasiones.
Todo un ejemplo, el anterior, de como el peso y la capacidad de financiación que un anunciante da o quita a un medio puede influir en lo que cuenta o deja de contar. Lo acabamos de ver ayer mismo en la airada reacción de la Cadena SER y EL PAÍS que se quejan y no les falta razón de haber sido discriminados en la contratación de la última campaña gubernamental contra la violencia de género, en la que han salido claramente beneficiados otros medios, como LA RAZÓN, más complacientes en su línea editorial con el Gobierno.
Y, si lo uno y lo otro son claro ejemplo del chantaje a que se ven sometidos los medios con la grave consecuencia de esa burda manipulación de la información, qué decir del doloroso asunto de la manipulación que, desde los primeros momentos posteriores al accidente, se ha producido en torno a  las causas del accidente del Alvia la tarde noche del 24 de julio, cerca de Santiago de Compostela.
Todos recordamos con qué celeridad con que se produjo -esa misma noche- la filtración de la conversación que mantuvo el conductor del tren, atrapado en la cabina, con el puesto de mando de la línea. De ella se nos insistió especialmente en dos cosas: que asumía su responsabilidad en lo sucedido y admitía que circulaba a ciento noventa kilómetros por hora. Esa llamada y la oportuna filtración del terrible momento en que el tren vuelca sobre su costado derecho, amén de algún que otro dato sobre la presencia del conductor en Facebook, contribuyeron a colocar sobre él una etiqueta de culpable de la que le va a ser difícil desprenderse, al margen de que personal y humanamente tal cosa le va a ser ya imposible.
Ayer conocimos, gracias a EL PAÍS, que el maquinista dijo muchas más cosas en esa conversación. Por ejemplo, que la curva donde descarriló el tren era "inhumana" y que -lo dijo varias veces- había advertido de su peligrosidad "al de seguridad" porque sabía que, antes o después, acabaría sucediendo lo que acabó ocurriendo. Ayer mismo comentaba indignado en Facebook que, al parecer, lo único que funcionó esa tarde noche en Renfe y Adif fue su oficina de prensa, algo parecido a lo que ocurrió con la tragedia del Madrid-Arena. Pero sus responsables olvidaron tomar en cuenta dos cosas; que hay jueces que se encargan de honrar el papel que debe cumplir la justicia en una sociedad democrática que se precie de serlo y que, cuando la sociedad se da de bruces con la muerte, se vuelve mucho menos tolerante con las mentiras o las medias verdades.
No sé si el redactor o los redactores que recibieron la filtración sobre lo dicho por el conductor en la cabina reclamaron la totalidad de la conversación y, mucho menos, si se la negaron, tampoco sé si quienes recibieron el video del accidente, procedente de las cámaras de seguridad, se molestaron es saber quién y para qué se lo filtraban. Lo que sé es que quienes lo hicieron, quienes le sirvieron en bandeja unos testimonios tan jugosos sabían muy bien qué y para qué hacían lo que hicieron.
Hace ya demasiado tiempo que la mayor parte de los periodistas han dejado de hacerse preguntas, el verdadero y único credo del oficio, y, maltratados económica y profesionalmente, se conforman con las migajas y las notas de prensa envenenadas que, quienes tienen el poder, ponen en sus manos.
La cosa es tan grave que creo que hoy nos ería posible que un par de periodistas de segunda fila pusiesen patas arriba la presidencia de Nixon, desvelando el Watergate.
 
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