Hacía bastante tiempo que no escuchaba declaraciones de
Cristiano Ronaldo y os aseguro que, callado, me parecía mejor jugador. Lo
siento, pero es así. No creo que se contrate a los jugadores para que, con su
silencio o su prudencia, parezcan -o al menos a mí me lo parezcan- más grandes.
Más bien creo que esas grandes empresas que son hoy los clubes los fichan para
hacer caja de goles y de perras y no dudo que hay quien piensa que haciendo más
ruido entran más perras en el cajón.
Ha sido curioso comprobar cómo, en ese tiempo que terminó
ayer, el silencio de Cristiano ha coincidido con los excesos de alguien a quien
tenía por prudente, Iker Casillas, que, a mi modo de ver, recorría en sentido
contrario el camino hacia la moderación que yo quería ver en Ronaldo.
Aunque admiro, y no lo oculto, la actitud de Messi en el
campo al que, difícilmente, vemos quejarse "de vicio" o fingir sobre
la hierba, reconozco que a Cristiano que, al contrario que el argentino, se
adorna en exceso y parece buscar la humillación de los defensas rivales, le
llueven las patadas y los golpes en mayor cantidad que a Messi. Y ayer tuvimos
prueba de ello.
Quizá por ello y porque es muy difícil que estos héroes,
adulados y consentidos en exceso cuando apenas han alcanzado su madurez como
hombres, olviden al niño de barrio que, gracias a su habilidad con el balón,
consiguió dejar los barrizales en que aprendió a hacer magia con él. Y a veces
ese niño les sale por la boca y pone en evidencia la simpleza de su pensamiento.
Ayer, después de un partido duro, en el que los defensas del
Dinamo golpearon hasta la sangre uno de sus tobillos, Cristiano no pudo callar
ante los silbidos que, un día sí y otro no, acompañan sus lances en el campo.
No pudo callar y habló. Y lo que dijo no puede interpretarse más que como el
desplante de un chavalín de barrio que ha salido del barro: "Me silban
porque soy guapo, rico y buen jugador y me envidian".
No sé si fue por eso por lo que se llevó el abucheo, pero he
de reconocer que, por una vez, consiguió enternecerme.
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