Se comportan nuestros representantes como los malos
estudiantes ante los exámenes ante los exámenes de septiembre. Se engañan y
tratan de engañar a sus padres, con cara de haber hecho bien el trabajo,
tratando de apurar unos días de tranquilidad antes de que los profesores dicten
su sentencia.
Tenemos la sensación cada vez más clara de que caminamos
hacia el desastre y de que el país que nos depara la nueva legislatura nada va
a tener que ver con el que conocemos. Es cierto que más de cuatro millones de
parados y sus familiares saben ya demasiado bien de qué les estoy hablando,
pero también es cierto que otros muchos españoles aún no le han visto las
orejas al lobo.
En apenas dos meses comenzará una campaña electoral a sangre
y fuego, pero, mientras llega, el PP se verá obligado a quitarse en comunidades
autónomas y ayuntamientos la piel de cordero y el optimismo sin sentido que ha
venido "vendiendo" a sus votantes, porque, después de la fiesta de
las grandes obras y las inauguraciones o las promesas de bachilleres de
excelencia, la dura realidad de los recortes y los despidos.
Estoy seguro de que las cuentas, sobre el papel, salen,
pero, cuando se raciona el consumo de gasolina hasta dejarlo en unas gotas, el
coche se para o, cuando menos, no sube las cuestas. Eso sin reparar en que toda
la austeridad desplegada sobre la ciudadanía parece hacer una excepción con los
salarios de quien las decide.
Desde el PSOE, o al menos desde el Gobierno, tampoco nos han
dicho nada de la gravedad de lo que está pasando. Aún tengo congelada en mi
retina la imagen final del último pleno, el que permitió la aprobación de la
reforma de la Constitución, con un PP exultante y un PSOE deprimido por el
triunfo de su propuesta. Os aseguro que yo estoy igual; deprimido.
Dicen los psicoanalistas que para salir de la depresión hay
que conocer su origen y eso es lo que se nos está negando hasta ahora.
Nadie enseñó en la pasada campaña electoral ni una sola de
esas terribles cartas que guardaban en la manga y sólo deseo que no pase lo
mismo en la próxima. También deseo -y lo deseo con todas mis fuerzas- que
alguno de los candidatos me dé motivos para votarle. Es más, me gustaría que me
los diese el candidato socialista y que, luego, fuese consecuente con esas
promesas.
Acabo de escuchar a Rubalcaba decir que va a modificar el
impuesto sobre el patrimonio a la vez que piensa crear otro específico para la
banca, un impuesto con el que piensa recaudar dos mil quinientos millones de
euros que, asegura, destinará a la creación de empleo.
Ya iba siendo hora de que el PSOE volviese a la izquierda.
Por ese camino, podemos llegar a entendernos.
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