Me resultan cada vez más preocupantes todas esas
manifestaciones de sectarismo violento, por el momento
sólo verbal, que, de un tiempo a esta parte, se dan en las filas del
PP. Creo que tales actitudes son el fruto de una siembra premeditada y
paciente, a través de las odiosas tertulias en la radio y en la televisión, en
las que lo importante no es la razón o el sosiego, sino el grito, el
insulto y la descalificación continua, que se ha visto abonado con
la falsa sensación de inmunidad que da teclear esos u otros insultos,
esas u otras amenazas desde la soledad de un teclado y la
pantalla de un ordenador o un teléfono "listo".
Sé que al PP le vota mucha gente, once millones de votantes
en las últimas generales, pero estoy seguro, o más bien, quiero creer que no
todos, que la inmensa mayoría de ellos, no son como Andrea Fabra, ni como
Esperanza Aguirre, ni como la alcaldesa de Honrubia, ni como tantos y tantos
concejales y alcaldes que rinden culto a quienes, ya vencedores, acabaron con
la vida de más de cuarenta mil vencidos y con la esperanza de millones. Quiero
creer que no todos los votantes del PP, ni siquiera todos sus militantes son
de dedo fácil, para la tecla y, quién sabe si también para el gatillo,
como el dirigente de Nuevas Generaciones Jaime Mora, profundo admirador de Aznar, que se cebó ayer en
twitter con el diputado de Izquierda Unida Ignacio Garzón, payaso y gilipollas,
según Mora, porque tuvo la desfachatez de calificar la sentencia del Tribunal
de Estrasburgo como buena.
La violencia verbal de los insultos contra el diputado
malagueño alcanzó el cénit cuando de manera más o menos velada se sumó a
quienes le amenazaron, de muerte a él y de ser violadas a las mujeres
de su familia. Todo un recital de lo peor que sucedió durante la guerra civil,
cuando la ambición de oligarcas y militares soltó los perros del odio en
pueblos y ciudades.
Lo de ayer, que hoy será convenientemente denunciado por
Garzón ante la policía, es el explosivo cóctel que resulta de las viejas y poco
fiables historias de gestas que no lo fueron tanto; la mezcla que
resulta de la grandilocuencia de algunos líderes que, para ganarse la
admiración de los Jaimes Mora, no dudan en recurrir, con la mirada más mística
de que son capaces, a describir un futuro catastrófico para "la patria"
si cae en manos de sus adversarios: la que anida en el desprecio del que es
distinto por el color, la lengua o el patrimonio; la que estimulan el cine y
los videojuegos violentos; la que genera el miedo a perder lo que sospechan
que quizá no merecen; la que crece al abrigo de discursos y de himnos que
mejor nunca hubiesen sido oídos.
Nos parece y nos dicen que no hay peligro en España de que
surja una ultraderecha violenta como la griega, pero todo es darle tiempo al
tiempo, porque el caldo de cultivo está servido y no hay más que dar de nuevo
rienda suelta a los perros del odio. Hace bien Ignacio Garzón en denunciar las
amenazas e hizo bien Nuevas Generaciones, del PP en expulsar a Jaime Mora.
Ahora bien, acabo de escuchar a, Beatriz Jurado, su presidenta, tratar de
justificar lo injustificable, diciendo que en la familia de Mora había guardias
civiles que habían sido víctimas del terrorismo. Mal camino ese, porque a las
víctimas hay que compadecerlas, ayudarlas y respetarlas, de ningún modo
justificar todo lo que dicen o hacen.
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2 comentarios:
Gracias por la claridad del texto.
Una cosilla: la última frase quieres decir "más", como escribes, o "mal"? Queda un poco raro.
Tienes razón, Margarita. Gracias. Corregido queda
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