Escuchaba esta mañana un comentario sobre el horror
que junto a la isla italiana de Lampedusa ha costado ya -y por
desgracia sólo de momento- la vida de doscientas personas que trataban de
llegar a suelo italiano o, mejor dicho, europeo. Doscientas personas
-no inmigrantes, no refugiados políticos o económicos, no
africanos, no subsaharianos, simplemente seres humanos, hombres
mujeres y niños- que podrían llegar a ser más de trescientos de
conformarse la cifra de embarcados proporcionada por los supervivientes de la
barcaza incendiada... escuchaba, decía, un comentario que no puedo más que
suscribir y que nos ponía ante la evidencia de que el horror de las últimas
horas con tantas decenas de cadáveres sobre el muelle y en el mar, con pocas
esperanzas de recuperarlos, se nos pasará en cuanto de trescientos ahogados
pasemos a solo dos o tres en alguna de nuestras playas. En nuestras playas o,
por qué no, en nuestras calles.
Digo esto último, porque ayer aquí, en España y bastante
tierra adentro, en la hermosa Sevilla, murió un ciudadano polaco de apenas
veinte años que, pese a haber pasado por el Hospital Virgen del Rocío en un
estado de extrema debilidad y pesando sólo treinta kilos, no quedó ingresado y
murió a las pocas horas en un albergue de la ciudad.
Qué nos está pasando. Por qué consentimos, ahora que aún no
somos pobres del todo, lo que jamás consentimos en los peores años de la
posguerra. Por qué tragamos con leyes que nos impiden cumplir con el rasgo más
elemental del ser humano, la compasión, la solidaridad, Hoy a todos se nos
llena la boca de condenas a Berlusconi, el monstruo creado por la desidia y el
gusto por el autoritarismo y el feísmo de quienes ahora dicen aborrecer de él,
y a sus leyes, esas leyes que impiden a pescadores y navegantes auxiliar a
quienes quieren alcanzar las costas italianas. Se nos llena la boca de condenas
a Berlusconi y se nos olvida que en España tenemos leyes similares que impiden
auxiliar y dar cobijo a quienes ya están en tierra.
Leyes que aplauden "las gentes de orden" porque,
"si no hacemos algo, esto se va a convertir en un coladero" y España
se va a llenar de "negros y moros" que nos van a "quitar"
el trabajo. Y duermen tranquilos, porque, si quienes mueren ahogados en el mar
o de hambre en Sevilla, quienes de lo que mueren es de pobres, se hubiesen
quedado en su país, en su casa, y qué es un país, qué es una casa, hoy estarían
vivos o, al menos, estuviesen vivos o no, no habríamos visto sus cadáveres.
Hoy que se conocerá la sentencia del caso Malaya, la obra de
ese otro monstruo que fue Jesús Gil, hoy que quienes aplaudirán al que echó a
"los pobres, los chorizos y las putas de las calles de Marbella",
para esconder en ella a los capos de las mafias rusas e italianas y poner a su
disposición de lujo... esos mismos que encumbraron al monstruo que planeó
e hizo posible el desfalco abuchearán a los condenados y aplaudirán sus
penas.
Y, todo, a la espera de que crezcan nuevos monstruos con
corbata o sahariana que de nuevo vuelvan a enseñarnos a odiar y despreciar
a quienes, al final, dejaremos morir de pobres.
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