Me diréis que llego tarde, pero ocurre que me he visto
obligado a elegir y por eso esta entrada, dedicada al señor Botín -nuca un
apellido fue más adecuado- a Bill Gates, Carlos Slim, y el resto de buitres que
revolotean las ruinas e lo que un día fue la España alegre y confiada y ya no
lo es, llega con un cierto desfase, pero no llega tarde, porque el fenómeno al
que aludo en ella lleva tiempo produciéndose en un país cuyos empresarios se
volvieron locos pensando que todo lo que tocaban acabaría convirtiéndose en oro
y, para decepción de estos nuevos midas y para desgracia nuestra, acabó en
algún paraíso fiscal o convertido en papel mojado y frágil. No hay más que ver
como, por la codicia o la locura suicida de quienes en ellas tomaban las
decisiones, empresas prestigiosas y solventes, yo trabajaba en una, han acabado
descapitalizadas, financiera, profesional y moralmente, además de haber caído
en manos de fondos carroñeros que las compran, como algunas navieras compran
pecios o barcos a punto de hundirse, para desguazarlas y vender lo que de
valor quede en ellas.
Ha sido Botín, de gira por Nueva York, la capital del mundo
financiero, quien ha dado el pistoletazo de salida, quien, con los ministros
del gobierno a coro, con Luis de Guindos a la cabeza, ha comenzado a cantar a pleno pulmón el aparentemente desinteresado afán de inversores
de medio mundo por regar con su dinero el desolado panorama español.
Aunque bien es verdad, y lo callan, que quienes compran participaciones en
empresas españolas o quienes se están haciendo con gran parte del patrimonio
inmobiliario de nuestro país. Personajes con mucho capital acumulado con negocios
diversificados que esperan la mejor ocasión para comprar barato lo que, nadie
me lo puede quitar de la cabeza, han contribuido a arruinar.
Lo sé, porque eso ha pasado en nuestros pueblos y ciudades y
pasa y pasará en las mejores familias, cuando la interesada solidaridad de
algunos se ofrece para comprar a precio de liquidación lo que quien está al
borde de la emigración o el desahucio deja detrás. Y duele saber que uno de
ellos ha sido el otrora admirado Bill Gates que ha destinado trece millones de
su enorme fortuna a comprar el 6% de la constructora FCC.
Curioso que, embarcados en la ola de euforia que ha
recorrido los medios hayan sido pocos quienes han subrayado el dato más
importante del asunto y que no es otro que comprobar lo barata que se vende
España, porque debería preocuparnos que una de las constructoras más
importantes del país del cemento y del ladrillo está valorada sólo en
225 millones de euros. No, no me gusta esta lluvia de dinero, por más que a
Emilio Botín le encante. Pero, claro, lo suyo es tan comprensible como lo mío.
Yo estoy asistiendo, ya desde fuera, a la liquidación
de una gran empresa que ahora está en manos de uno de esos fondos que
eufemísticamente llaman "de capital-riesgo", mientras él ha
construido gran parte de su imperio comprando bancos a precio de saldo en economías que, como ahora la nuestra, estaban entonces en liquidación por derribo.
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