Dicen, y creo que con razón, que nada hay más estúpido que
despreciar lo que se ignora. Por eso, creo que es mucho lo que Cristóbal
Montoro ignora, porque es mucho lo que ignora o, si queréis debate, podemos
dejarlo en que es mucho lo que desprecia porque es mucho lo que ignora. Y lo
traigo aquí, porque yo fui ayer uno de los soliviantados al escucharle decir
que la caída del número de espectadores en las salas cinematográficas tiene más
que ver con la calidad de las películas que se ruedan en España que
con la salvaje subida del IVA a que su ministerio ha sometido a los
espectáculos.
Ignora el ministro de las cuentas o pretende hacernos creer
que lo ignora que la caída del taquillaje ha caído tanto para el cine
español como para el que nos viene de otros países, especialmente el de la
poderosa industria norteamericana. Y si es así es porque el trabajo es poco y
los salarios se han visto recortados, especialmente para los jóvenes hasta
niveles ridículos que los hacen incompatibles ver una o dos películas a la
semana como era habitual hasta hace poco. Ignora o quiere hacernos creer que
ignora que son muchas, y serán muchas más, las salas de cine que se cierran en
España. Muchas en Madrid y Barcelona, pero, aún más preocupante, en otras
ciudades que, lo que ni siquiera ocurrió en la dictadura, van a quedarse sin
cine. Y que no me venga en ministro con que se puede ver cine en
televisión, Internet o en DVD, porque todos sabemos que el cine tiene algo
de religión y las salas de protección de templo al que acudimos quienes
queremos olvidar por dos horas el país en que vivimos y los ministros que nos
gobiernan.
Ignora también o, porque le conviene, quiere hacernos
creer que ignora que del cine español, mejor dicho, de su trabajo para el cine
español, viven, no sólo los Bardem o Alberto San Juan, a los que tanto odia y
me temo que el cariño es mutuo. También viven el resto de actores, los
directores, los guionistas, todo el equipo técnico y artístico necesario para
rodar una película, el personal de la productora, el de las distribuidoras,
quienes hacen la crítica de cada película, los propietarios de las salas,
los acomodadores, quien vende las palomitas y los refrescos, quienes imprimen
los carteles y, cómo no, quienes limpian y adecentan las salas después de cada
jornada. Y es que, detrás de dónde Montoro ve la cara de un rojo, hay
decenas de familias que comen de que el público pueda ver su trabajo.
Además, si fuese sólo un poco más hábil, el ministro que
administra nuestros dineros debería caer en la cuenta de que no sólo los rojos
viven y comen del cine, como tampoco son sólo rojos, más bien al contrario los
médicos que no quieren trabajar para las multinacionales de la Sanidad. Pero no
debe serlo. Quisiera equivocarme, pero no me imagino a don Cristóbal
Montoro leyendo nada que resulte medianamente interesante. Más bien le veo
haciendo cola en cualquier Burger King o pizzería rápida, soñando con las aceitunas,
negras y sevillanas, que adornarán su plato. O, por qué no, contemplando
extasiado la cadena de envasado de esas mismas aceitunas, sin poder quitar la
vista, y sin entenderlo muy bien muy bien, de la máquina que las deshuesa.
Pero quiere entenderlo, porque también a él le ha llegado eso de que "nada
hay más estúpido que despreciar lo que se ignora" y eso sí quiere entenderlo, porque parece ser lo único que le gusta de la industria española.
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