No me cabe duda de que la decisión del juez Flores de llevar a juicio al presidente de la Generalitat de Valencia puede helar más de una sonrisa y amargar más de unas vacaciones, porque lo que Camps y quienes le han defendido, unas veces ante plazas de toros repletas y otras desde más vergonzante de los silencios, han querido evitar ya es inevitable, porque acabaremos viendo a Camps sentado frente a un tribunal.
Ya no serán sus abogados quienes den la cara. Ahora tendrá que ser él mismo quien, como Alfonso VI en Santa Gadea, tenga que pasar por la humillación de tener que probar su inocencia. Un trago difícil, sin duda, que hubiera podido evitarse si no hubiese sido tan tupida la trama de favores y clientelismo que tiene cautivo a Rajoy, atado de pies y manos, en poder del "curita" de la Gürtel.
El mérito del auto del juez Flors es la solidez de los argumentos, en los que priman el sentido común y lo evidente frente a los artificios procesales a los que nos tienen acostumbrados algunos jueces. No hay más que llevar la cuenta de las veces que ha cambiado Camps su versión, con lo fácil que hubiese sido presentar una factura si alguna vez la hubiese habido.
Qué dirán los que decían con sorna que un presidente no se deja sobornar por tres trajes, ahora que está en blanco sobre negro que Camps, y no fue el único, recibió un total de veinticinco prendas que se han valorado en catorce mil euros. Difícil papeleta, sin duda.
Una vez más, el silencio de Rajoy es clamoroso. Dicen que el PP contaba ya con que esto pasase y es de suponer que tendrá ya trazada su estrategia. De hecho una de las primeras personas en contactar con Camps, nada más conocerse el auto, ha sido Federico Trillo, responsable de asuntos judiciales en la dirección del PP, supongo que porque, si fue capaz de salir indemne de lo del Yak-42, deben creerle un mago de los tribunales.
Lo peor de todo es tener que oír a quienes, con más o menos descaro, insinúan que Camps ya ha sido absuelto por las urnas, como si éstas, al igual que la lejía, blanqueasen y desinfectasen el historial de quienes resultan elegidos. Otros, como la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, mucho menos sutiles, hablan ahora de quienes consienten que Camps se siente en el banquillo y no son capaces de impedir que Bildu entre en las instituciones, como si el bolso que recibió como regalo, en lugar de ir relleno de papel para no deformarse, estuviese repleto de demagogia.
Lo cierto es que el Partido Popular ha armado con el asunto de los trajes una bomba de tiempo que ve aumentar su carga cada día que pasa, y que, el día que estalle, puede llevarse por delante muchas cosas. Y es que para el PP no es plato de gusto ver al presidente Camps, en plena campaña electoral, sentado frente a un tribunal. Y eso que, con el caso Campanario, nos han ido acostumbrado a ver a nuestros héroes en el banquillo.
Pero no hay que perder la esperanza. A veces la soberbia es tanta que ciega a quienes están llenos de ella. No hay más que ver en qué están quedando los sueños hegemónicos de Rupert Murdoch tras el escándalo del News of the World, mientras José María Aznar, a sueldo del ahora vilipendiado rey de la comunicación, guarda un silencio tan clamoroso como el de Rajoy respecto a Camps. No hay que desesperar, insisto, porque todo llega.
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