sábado, 23 de julio de 2011

INFIERNO EN EL PARAÍSO



Recuerdo que en los años de mi adolescencia triunfaba en España "Suecia, infierno y paraíso", un libro reportaje del periodista italiano Enrico Altavilla, en el que éste explicaba a sus compatriotas y, por extensión al resto de europeos del Sur, las ventajas e inconvenientes de la sociedad que había sido capaz de construir el Estado de Bienestar, liberar a las mujeres y levantar los velos y tabúes que, aún hoy, restan naturalidad a algo tan natural como el sexo.
Aunque la distancia que hoy separa a los ciudadanos de la Europa meridional de los habitantes de ese paraíso en la Tierra es mucho menor, aún es muy poco, apenas nada, lo que sabemos de ellos. Quizá por ello, hemos tardado horas en comenzar a sacar conclusiones más o menos acertadas de lo ocurrido ayer en en el centro de Oslo y la isla de Utoya.
Ayer, una vez más, esa necesidad enfermiza de cubrir a toda prisa los boquetes que deja la falta de datos concretos, con análisis y comentarios "de manual" y una cierta dosis de morbo, ha vuelto a poner en evidencia uno de los vicios del periodismo actual, la elaboración a toda prisa de información "prêt-à-porter", esa que se pone rápidamente en el escaparate, aplicando una y otra vez el mismo patrón, pese a que determinados acontecimientos no tengan nada que ver con los antecedentes que se les "cuelga".
Ya pasó aquí con los atentados a los trenes de cercanías de Madrid aquel terrible once de marzo de 2003. Nadie pareció dudar entonces de la autoría de ETA y, aunque la actitud del gobierno de entonces facilitó, si no provocó intencionadamente, el error, la prensa tuvo mucha culpa, porque buscó la autoría de ETA cuando todo indicaba que aquellos atentados en nada se parecían a los de la banda de asesinos.
Ayer ha vuelto a ocurrir. Aún en los telediarios de ayer noche se hablaba de la presencia de tropas noruegas en Afganistán y de las amenazas de Al Qaeda a ese y otros países de la Alianza Atlántica, cuando lo de ayer en nada se parecía a otras tropelías del extremismo islamista.
Tras la masacre de la isla de Utoya y la posterior detención de su autor, todos hemos dejado de mirar a Al Qaeda, para fijarnos en la salvajada de Oklahoma City, en la que dos iluminados de la extrema derecha norteamericana volaron un edificio gubernamental con todos sus ocupantes, incluidos los bebés de la guardería que albergaba, dentro.
Horas después de las matanzas, el asesino de Oslo -quién sabe si sólo uno de los asesinos- ya tiene rostro. Rubio, pulcro y joven, nada tiene que ver con mártires integristas. Lo suyo fue más frío y salvaje, porque cabe pensar que él -y sus cómplices, si los tuvo- tuvieron la oportunidad de mirar a los ojos de casi un centenar de sus víctimas. Según la policía, simpatiza con la extrema derecha y odia todo aquello que tiene que ver con el Islam. Tal parece que, en su búsqueda de la pureza, Anders Behring se encaró en un arcángel rubio y vengador que, por limpiar su paraíso, sembró en él el Apocalipsis.

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