viernes, 8 de julio de 2011

MISERIAS DEL MUNDO


Mentiría si dijese que me ha entristecido el escándalo desatado en torno a las abominables prácticas del semanario británico News of The World. Todo lo contrario. Me ha alegrado sobremanera saber que esta desquiciada sociedad que nos ha tocado vivir aún conserva mecanismos de defensa contra los partidarios del "todo vale".
Siempre he sido consciente de que los periodistas tenemos el privilegio de intermediar entre aquello que ocurre y los receptores de nuestras informaciones. Lo pensaba cuando tuve mi primer destino en la SER, lo enseñaba en mis clases de la universidad y lo sigo pensando, ahora que mi actividad "profesional" se limita a este modesto blog.
Sin embargo, esa posición de privilegio que nos permite tener conocimiento de más datos y conocerlos antes que "el resto de los mortales" nos obliga a ser capaces de administrar tal privilegio. Los que nos hemos dedicado a esto, al menos antes, acabamos desarrollando un mecanismo -aún no sé si es virtud o defecto- que nos permite desbrozar los hechos de todo lo superfluo y escabroso, para llevar a nuestras informaciones lo que sinceramente creemos importante de ellos.
Al menos era así cuando los medios aún no eran un circo de tres pistas en el que en la pista central levantamos con la opinión un complicado castillo de naipes, mientras en la segunda pista organizamos una pelea de perros y en la tercera un strip tease.
No sé si la culpa ha sido de las televisiones privadas que han hecho del "más rato, más barato" su única regla, llenando la parrilla de material soez y vulgar, convenientemente salpicado de morbo, al tiempo que convierten tragedias y crímenes en seriales tan repugnantes como rentables, "en aras del derecho de los espectadores a ser informados". Lo cierto es que, poco a poco, la radio y la prensa se han ido contagiando del amarillismo que, al menos en nuestro país, entró a través de la televisión privada.
La pelea en las redacciones ya no es por contar las cosas antes y mejor. Ahora, de lo que se trata, es de contarlas de la manera más vistosa -léase escabrosa- posible y de atar al oyente o al espectador a la silla, no para darle los datos que le permitan estar mejor informado, sino para abrirle el embudo de los ojos y los oídos, como al personaje que interpretaba Malcom McDowel en "La naranja mecánica", introducirle por ellos la publicidad y la propaganda que paga y da poder a los medios.
A veces, la borrachera de poder es tal que el periodista, al que la formación, la experiencia y el criterio daban antes una cierta autoridad moral, se convierte en un simple peón mal pagado y en precario que traga y traga sapos cada vez más feos. Sólo así es posible entender que un periódico, por muy amarillo que sea, se dedique a hurgar en el cubo de la basura de la sociedad, interceptando y manipulando las comunicaciones de ciudadanos normales y corrientes a los que una tragedia había llevado al centro de la actualidad.
Aún recuerdo aquellos tiempos en que, desde cualquier redacción, desde un estudio de radio, con una guía telefónica en la mano y un magnetofón grabando, se informaba a los familiares de la víctima de un atentado de lo ocurrido y se grababa y emitía a los cuatro vientos y varias veces su desesperación.
Estaban también aquellos a quienes no les dolían prendas a la hora de robar documentos de mesas y cajones o correspondencia de buzones ajenos para "marcar la diferencia" con sus compañeros.
Yo recuerdo que aquellas acciones merecían el reproche de la mayoría de los profesionales -no siempre la de los jefes- pero ahora ya no estaría tan seguro.
Lo de "News of The World" es el paradigma, pero el modelo se repite peligrosamente cada vez más, con el apoyo imprescindible de las audiencias que consumen mierda cada vez con más fruición. Si no lo paramos los Murdoch y los Berlusconi acabarán haciéndose con el mundo y no me refiero al diario, porque ya lo tienen.
Y entonces ¿qué?

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