miércoles, 27 de julio de 2011

EL CARO EMBUDO AUTONÓMICO


Si en los años de mayor efervescencia política, aquellos en que en las manifestaciones se coreaba la consigna "libertad, amnistía y estatutos de autonomía", alguien me hubiese dicho que acabaría por criticar algunos aspectos, los más gravosos, del Estado de las Autonomías, hubiese tomado al autor de tal vaticinio por loco o reaccionario.
Bien es verdad que yo y muchos como yo éramos herederos, a partes iguales de aquellas inefables "Crónicas de un pueblo" y de los aspectos más románticos, los culturales, de los nacionalismos vasco, catalán y, en menor medida, gallego. Por eso combinábamos en nuestras cabezas, vírgenes e incapaces aún de imaginar pecados democráticos, aquel cuento aprendido en los manuales de "Formación del espíritu nacional", aquella asignatura que llamábamos "Política" y pretendía el adoctrinamiento de los alumnos en los principios del "Movimiento Nacional", con las canciones de Llach, las historias de gudaris y algunos versos de Celso Emilio Ferreiro.
Los años y la condición de algunos hombres que entraron en política "para cambiar de coche", como en una ocasión dijo Zaplana, han venido a confirmarnos que una cosa es predicar y otra dar trigo, porque, especialmente en lo autonómico, abundan los personajes de bolsillo amplio y moral distraída, dados a prácticas que, en épocas de bonanza llegan a pasar inadvertidas, pero que, cuando no hay harina y todo se vuelve mohína, afloran vergonzantemente por aquí y por allá.
Resulta terrible y doloroso tener que decirlo, pero las administraciones autonómicas han resultado más caras de lo que pensábamos y no porque no tengan que serlo, sino porque, demasiado a menudo, han acabado siendo la espina dorsal de las redes de clientelismo entre políticos corruptos y empresarios "listillos" y poco escrupulosos.
Ahora que todo es mohína las autonomías -y no porque estén en manos del Partido Popular- tratan de aplicar su particular "ley del embudo", porque otra cosa no es la fórmula propuesta por los populares de "que me paguen ya lo que me deben, que ya iré pagando yo lo que debo" o la pretensión expresada últimamente de devolver las competencias más gravosas de administrar.
A veces pienso, y me castigo por ello, que el ejercicio de la política consiste en "colocar" a los afines, y hacerlo en peor de los sentidos del término que es el laboral, claro, y que algunas consejerías sólo existen para dar trabajo a familiares y amigos o, en su caso, para recaudar fondos a cambio de algún que otro favor.
Resulta cuando menos curioso que los recién bendecidos gobiernos autonómicos, en lugar de recortar el presupuesto en "el chocolate del loro" -y mira que hay loros-, lo hacen en esos servicios que, además de ennoblecer la política porque igualan a los ciudadanos, como lo son la sanidad y la educación, se han vuelto imprescindibles en una sociedad selvática como lo es ésta en la que vivimos.
Y a todo esto, mientras los gallos se pelean por las gallinas del corral, los polleros se frotan las manos pensando en el partido que van a sacar de lo que quede. Pero no sólo eso, al final, el estado autonómico  es embudo, también porque demasiado a menudo se utiliza para que los ciudadanos traguemos sin remedio lo que, de otro modo, nos produciria arcadas.

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