No hay más que ver la americana que lleva Felipe en la foto para caer en la cuenta de que eran otros tiempos. Eran, pese a la chaqueta, tiempos de grandeza, de solidaridad y de sueños, tiempos en los que la marca Europa se anteponía a cualquier otra marca nacional o ideológica. La sincera colaboración entre el joven socialista español y el viejo conservador alemán, que devino en sólida amistad alimentó nuestra fe en Europa y nos hizo creer que dejábamos atrás siglos de vivir a espaldas de nuestros de continente.
Quizá por ellos, los españoles nos convertimos en los más entusiastas de la idea de Europa. Gracias a nuestros nuevos socios nuestro país tuvo acceso a infraestructuras que hasta entonces habían sido un sueño y aceptamos más o menos de buen grado que, de la noche a la mañana, nos cobrasen por un café las 166 pesetas de un euro, frente a las 100 que costaba antes. Adorábamos Europa y el hecho de ser europeos. Hoy, difícilmente diríamos lo mismo si nos preguntasen por nuestra fe en Europa.
Kohl tuvo arrojo suficiente como para aprovechar el desmoronamiento de los regímenes del Este para plantear la reunificación de Alemania, un proceso costoso y arriesgado, en el que se arriesgaban las proverbiales estabilidad y riqueza alemanas a cambio de un sueño perseguido durante medio siglo.
Habría que saber qué diría hoy el viejo canciller ante los desmanes teñidos de egoísmo y cortedad de miras de quien ocupa hoy la cancillería alemana y pretende liderar Europa con escaso éxito, qué diría de Ángela Merkel, una mujer que, pese a proceder de la Alemania del Este y a militar en el mismo partido que pilotó Kohl, tiene tan poco que ver con la grandeza -y no sólo física- tiene tan poco que ver con él.
Dónde están aquellas largas reuniones de los líderes europeos que no se levantaban hasta tener una solución. Qué poco tienen que ver con los simulacros de hoy que apenas consiguen calmar durante unas horas la ansiedad de quienes sienten el peso de un futuro hipotecado como consecuencia de la falta de coraje de sus gobernantes.
Hoy, esos intentos de acuerdo, sin voluntad de conseguirlo, que acaban siempre en aplazamientos que alimentan la voracidad de quienes especulan contra el euro y las economías del sur de Europa, aunque a veces el Sur, como ocurre con Irlanda, haya que buscarlo en el Norte. Es más, uno podría llegar a pensar que, como los pescadores de caña, buscan, con ese tira y afloja, que el anzuelo se clave firme e irremediablemente en nuestra boca.
No sé si ahora echo de menos aquellos días como también echo de menos aquella primera vez que leí a Camus. El caso es que, ante tanta mediocridad y tanta miseria de pensamiento, hoy siento nostalgia, una dulce y, a la vez, amarga nostalgia.
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