jueves, 28 de julio de 2011

COMO PADRES DE FIN DE SEMANA


Visto así, desde lejos, el eterno conflicto entre la administración central y las autonómicas se parece mucho al que se plantea demasiado a menudo entre los divorciados a la hora de hablar de sus hijos.
En el caso de las autonomías, como en el de los matrimonios rotos, las principales víctimas somos los hijos-ciudadanos que "sufrimos" el acoso de una y otra administración en su pugna por ganarse nuestro cariño, convirtiéndonos en unos series odiosos y alejados de la realidad, capaces de vender nuestra alma al mejor postor a cambio de una visita al parque de atracciones o de un aeropuerto sin aviones.
Las más de las veces, por no decir siempre, quien lleva la razón es la madre, que se ocupa del día a día de los pequeños, les da de comer, les viste les calza, les lleva al colegio y les cuida cuando están enfermos, frente a ese señor que los recoge el viernes para atiborrarles de comida basura, llevarles a ver las películas que decide el marketing de las carteleras, les atiborra de palomitas y chucherías y trata de ganarse su cariño y dejar su huella en ellos a base de sustituir el cariño responsable por la financiación de caprichos. Si lo miras bien, al final, lo que buscan estos padres es aturdir a los niños, ante la imposibilidad de ofrecerles un ambiente apacible y normal y ante el pánico de enfrentarse a la soledad con ellos.
Con el poder autonómico, muchas veces ocurre otro tanto. Administran a su manera la vida y el dinero de sus ciudadanos, contraviniendo las prioridades marcadas por mamá-gobierno central, malgastando el dinero que, bien administrado, garantizaría el bienestar y el futuro del niño, cuando no llenando la cabeza del niño-ciudadano de reproches hacia quien se organiza su vida de lunes a viernes.
Como digo, si lo miras bien uno y otro caso no son tan distintos. Admito que las virtudes y vicios pueden encontrarse en uno y otro lado. Pero, al final, de lo que no cabe duda es de que quienes se vuelven "tarumbas" y se convierten en egoístas y caprichosos somos los niños que acabamos dando nuestro voto a quien quizás no lo merece.

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