Cocinar ha sido desde siempre un de las principales actividades del ser humano. Es, en esencia, la que le diferencia del resto de animales. Por eso, cuando la experiencia de cocinar se transforma, a veces en arte, a a veces en ciencia, el hombre, que también sabe escribir, para recordar y transmitir esos procesos, en especial aquellos con mejor resultado, los pone por escrito en esa combinación de ciencia, magia y literatura que son las recetas.
Por analogía, llamamos receta a cualquier pauta o procedimiento que, partiendo de una situación acaba en otra predeterminada -el joven Serge Gainsbourg lo explicaba brillantemente en su "recette de l'amour fou"- y a una receta corresponde también el procedimiento que vienen aplicando los especuladores emboscados en eso que llamamos "mercados" y los más refinados y tóxicos frutos de ese jardín que son las terribles e indigestas agencias de calificación de riesgos.
Con el concurso de ellas, los grandes especuladores vienen cocinando, con recetas ya probadas en Asia y América Latina, a los países cerdos (Portugal, Irlanda, Grecia y España en sus siglas inglesas) para merendárselos uno detrás de otro.
Como los buenos cocineros, estos especuladores van cocinando cada uno de ellos en su momento, pero el proceso viene a ser siempre el mismo. En primer lugar se macera a estos países bien macerados en abundante jugo de rumores, siempre con el concurso inestimable de la prensa nacional e internacional, tanto política como económica. Si el efecto no es inmediato, se puede añadir alguna que otra declaración inoportuna de políticos locales, para reforzar el efecto. Más tarde se machaca bien machacada, esta vez con ayuda de las agencias de calificación, la prima de riesgo que, increíblemente, crecerá a ojos vista en nuestro plato. Luego se pasa al horno, donde cada país, especialmente su parlamento, se cocerá en su jugo. Téngase en cuanta que el país en cuestión que, aunque entró al horno orondo y brillante, bien untado de crédito fácil, se verá muy mermado en tamaño y sustancia. Por último, cuando nuestro país esté ya bien tostado, se aparta la población que se fríe y se salpimienta con unos cuantos planes de rescate.
Hay veces en que este plato resulta demasiado copioso para zampárselo de una sola sentada. En ese caso se puede añadir un segundo plan de rescate y repetir el proceso, para acabar de sacarle todo el jugo.
La receta, como habréis podido deducir, se aplica a cada uno de los países, pero, aunque algunos pasos pueden simultanearse no conviene cocinarlos al mismo tiempo para no empacharse.
Estos señores se han comido ya a Irlanda, Portugal y Grecia, con resopón incluido ¿Dejaremos que lo hagan con Españla?
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