Curiosa y magnífica foto, ésta que muestra el "puchero" de Rita Barberá entre el indescifrable cruce de miradas del dimitido presidente valenciano, Francisco Camps, y el insumergible "bombero" del PP, Federico Trillo, insumergible y bombero pese a que el único fuego que ha sido capaz de apagar ha sido el suyo. Curiosa, ante todo, porque, en ella, el aplauso de Trillo, más que aplauso, es un pésame que, rodeado de sus deudos, recibe el mismísimo difunto dispuesto a no dejarse enterrar. Y es que, lejos de encerrar una renuncia, la dimisión de Camps no es más que la consecuencia de su decisión de plantar cara a Rajoy, caiga quien caga, porque, como hacen la mayoría de los mártires, Francisco Capms no busca el martirio, sino la gloria, y no hay nada menos glorioso que conducir un gobierno como el de Valencia después de haber perdido más de la mitad de los puntos a cuenta de catorce mil euros en trajes.
¡Menudo sainete! De no ser por la gravedad que encierra el hecho de que la gestión de Camps al frente de la Generalitat de Valencia despida ese hediondo tufo a corrupción que ni siquiera la lluvia de votos de los valencianos ha sido capaz de limpiar, podríamos contemplar lo que ha pasado y lo que acabará pasando en Valencia como una especie de vodevil de trama enrevesada, en el que los personajes van y vienen por el escenario alocadamente, haciendo mutis no sin antes "soltar" su frase lapidaria, cargada las más de las veces de ironía.
Ese es el caso de Camps que escenificó ayer su salida de escena ante micrófonos mudos y cámaras ciegas, como si de un ensayo con público se tratara, pidiendo sin éxito el árnica que Rajoy le venía negando con su silencio desde detrás, desde delante, desde la izquierda y desde la derecha.
Algo se ha escapado al cálculo de Rajoy, inmóvil como esas arañas que se entierran en la arena de Ferraz, a la espera de que algo o alguien caigan en su trampa. Nunca sabremos si cegado por los buenos resultados que, hasta ahora, le había dado su taimado silencio o mal aconsejado por otros, lo cierto es que el líder del PP no contó con la decencia y la firmeza del juez Flors que, no sólo abrió juicio oral a Camps y sus trajeados colaboradores, sino que lo hizo, además, en un durísimo auto que deja pocas dudas sobre el resultado, porque, digan lo que digan en el PP, son muchas las evidencias de la culpabilidad de los acusados y ninguna la prueba de su inocencia.
Todo el barroquismo de gestos y frases ampulosas desplegado ayer por Camps tienen toda la pinta de encerrar un mensaje de doble lectura para Rajoy que, sea cual sea el final de este penosos asunto, se ha comprometido ya y se ha comprometido demasiado con el destino de quien en aquel lejano Congreso del PP en Valencia le salvó "las pelotas" frente a Esperanza Aguirre y compañía, después de ser "laminado" por Zapatero en las urnas.
Rajoy y Trillo habían encontrado una solución que protegía al partido en la próxima campaña electoral al retirar los focos del banquillo a cambió de multas y antecedentes para los acusados. Pero eso sólo era solución para el PP y no para Camps y el díscolo Ricardo Costa, que deberían cargar el resto de su carrera política con el sambenito de haber mentido al decirse inocentes o al declararse culpables.
No contó Rajoy con el tremendo ego de Camps y con lo que probablemente sabe y calla de los hechos investigados. Cuentan que lo que se le hizo insoportable al hasta ayer presidente valenciano fue el hecho de tener que hacer el paseíllo hasta el tribunal, paseíllo que, por cierto, sí dejó hacer a dos de sus colaboradores, y ahora en Ferraz tienen, por el mismo precio, banquillo y dos culpables.
Dicen que a Rajoy le gustan las fallas y debe ser verdad, porque, hasta hace poco, le gustaba dejarse ver en ellas. De ser así, debería haber aprendido que lo más peligroso de las fiestas levantinas es eso que llaman "carretillas" o "borrachos", esos petardos que se mueven de acá para allá cambiando continuamente de trayectoria hasta que estallan en el momento y el lugar más insospechado. Pues bien, Camps, lo acaba de demostrar, es uno de esos petardos.
Por cierto -se me olvidaba- si yo fuese Rajoy, me andaría con mucho cuidado, porque, con el AVE y la autovía, la distancia entre Valencia y Madrid es cada vez más corta.
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