martes, 12 de julio de 2011

ATADOS DE PIES Y MANOS



Los españoles -y los griegos, los portugueses, los irlandeses y los italianos. Estamos atados de pies y manos. Se nos cae el mundo encima y ni siquiera podemos apartarnos. Ocupamos los bajos de Europa, regentamos los locales donde el resto de los vecinos de Europa disfrutan de su ocio, con nuestras playas, nuestros bares y tabernas, nuestras tapas y pizzas, nuestras playas y nuestros monumentos. No hace tanto que íbamos a limpiar sus casas, a hacerles alguna chapuza y a cuidarles el jardín y la piscina. De pasar tanto tiempo con ellos -no hablo de convivencia, que es otra cosa- llegamos a pensar que éramos iguales y tratamos de imitarles, llevando el lujo a nuestras casas, nuestros coches y nuestras vacaciones y suscribiendo esos fondos de pensiones que llegarían donde no llegase nuestra Seguridad Social. Es más, el que pudo contrató con una aseguradora sanitaria privada, porque en la sanidad pública se hace mucha cola, está llena de inmigrantes y, además, era de pobres.
Llevábamos a nuestros hijos a colegios carísimos, en la otra punta de nuestra ciudad, porque, así, nuestros hijos no tendrían que convivir con chinos, negros y gitanos. Comprábamos coches alemanes porque eran mejores y "vestían más". Y, como nos creíamos ricos, comprábamos acciones y votábamos a los partidos que prometían bajar los impuestos.
Lo malo es que, por desgracia, la realidad es tozuda y, hagamos lo que hagamos, creamos lo que creamos, acaba por imponerse. Ahora es el tiempo en que las multinacionales del motor se llevan a los países del Este la producción de los coches que ya no compramos, poniendo en la calle a centenares de trabajadores. Ahora es el tiempo en que estamos cayendo en la cuenta de que las cosas nunca fueron como las veíamos. Ahora es cuando vemos que nuestras aportaciones a los fondos de pensiones han engordado las fieras que devoran nuestro futuro, despedazando nuestras esperanzas y engordando la tan temida prima de riesgo que acabará por comerse nuestros ahorros y la riqueza de nuestro país, devaluando así el tesoro guardado para nuestra jubilación.
Lo malo es que también engordamos la sanidad privada que de lo que debería ser un servicio público y universal toma sólo lo rentable para dejar que los hospitales de todos, aquellos a los que recurrimos cuando lo que tenemos es más grave que una gripe, se colapsen. Algo parecido a lo que hacemos con la escuela pública que cada vez es más marginal y está más desprotegida, pese a ser el elemento que marca la diferencia entre los países más avanzados y el nuestro.
Ahora, cada día somos un poco más pobres y, más que la zona lenta de la Europa de dos velocidades, somos el remolque que les frena en la cuesta y, por ello, lo van aligerando de nuestros derechos, si es que no están pensando en soltarlo y dejarlo caer cuesta abajo.
Se han cansado de los vecinos de abajo, les duele cada céntimo que se gastan en nosotros y no parece importarles lo que nos pase. Y, mientras, nuestros ahorros para la vejez, nuestros fondos de pensiones, de la mano de los especuladores a los que, no lo olvidemos, les hemos encomendado el trabajo sucio, huyen de nuestra deuda y se refugian en la segura deuda alemana, cerrando el ciclo y perpetuando la diferencia. Y, mientras tanto, aquí seguimos, atados de pies y manos.

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