domingo, 17 de julio de 2011

EL FÚTBOL COMO METÁFORA

Tienen razón quienes ven el fútbol como una simulación más o menos incruenta de la vida, incluso en lo que tiene de guerra más o menos -también- incruenta. Un fin de semana tras otro, sobre el campo y en las gradas, se demuestra que hay equipos ricos y pobres que encarnan la representación de ciudades o barrios ricos y pobres, y hay odios y amores que se heredan, pasando de generación en generación, de padres a hijos, como se heredan las viejas afrentas entre países vecinos.
Lo que ocurre es que. Como mantienen los hombres prudentes, tampoco en el fútbol hay nada escrito y en que no se puede tener razón por haberla tenido. La derrota que sufrió ayer la selección argentina de fútbol frente a su rival ancestral del otro lado del Plata es una muestra de ello.
A nadie se le escapa que los argentinos, en especial los porteños, han mirado siempre por encima del hombro a sus vecinos del norte, por cómo son, por cómo toman el mate, que llevan a todas partes y todos los días en sus peculiares termos, y, claro está, por lo bien que juegan o dejan de jugar al fútbol. Desde aquel mundial de Maracaná que ganó Uruguay hace medio siglo y desde aquellos tiempos heroicos del Peñarol de Montevideo, está claro que Argentina, en fútbol, ha sido siempre superior a Uruguay. Sin embargo, ayer Argentina se apeó de la Copa América, de la que es el país anfitrión. Y digo "se", porque fue incapaz de vencer a Uruguay que, no sólo se adelantó en el marcador y fue capaz de aguantar el intento desesperado de desempatar de los argentinos, sino que acabó por superarles en la tanda de penaltis.
Os preguntaréis cuál es la enseñanza que encierra este "partido metáfora". Pues bien, en mi opinión, esa metáfora es que un equipo, como un país, funciona mejor cuando es una suma de intereses que cuando sólo es un saco de estrellas. También que cambiar el timonel, aunque este fuese el perturbado Maradona, no garantiza el resurgimiento de la gloria.
Argentina, al igual que Brasil, es una potencia mundial del fútbol, entre otras cosas, porque sus calles están llenas de chavales que sueñan con ser los nuevos pelés, maradonas o messis. Una potencia que, sin embargo, ya no funciona como equipo nacional, porque todos esos niños que sueñan mientras dan patadas a un balón, en cuanto despintan un poco, son "comprados" por los grandes equipos europeos y trasladados a sus escuelas de fútbol, como esas frutas y verduras exquisitas -primor, les llaman- que apenas conocemos en el país donde las producimos, porque pasan del árbol o la mata al camión que las lleva a miles de kilómetros de la tierra donde se producen.
Estoy seguro de que a estas horas habrá millones de argentinos deprimidos como hubo millones de españoles entusiasmados cuando nuestra selección ganó la Copa del Mundo y, aunque parezca una contradicción, creo que no hay razones para lo uno ni para lo otro. El fútbol es sólo eso, una metáfora, y lo que debería deprimirnos o alegrarnos es el triunfo o el fracaso del país real y no los de su selección.

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