Fue sólo un instante, pero en esa milésima de segundo, la
cámara del fotógrafo capto la mano del ministro cayendo, por un capricho del
destino, transformada en garra sobre el código BIDI que representa los presupuestos
generales del Estado para el año próximo que, tengámoslo en cuenta, es año
electoral. Un gesto que, si no fue intencionado, sí fue muy expresivo e ilumina
para muchos, entre ellos yo mismo, la actitud de este gobierno, demostrada año
tras año, ante las cuentas que, en buena ley, deberían distribuir la riqueza
que es de todos, entre todos.
Las miremos por donde las miremos, las cuentas del Estado
reflejan esa relación patrimonial que la derecha ha mantenido siempre frente al
mismo. Así, el ministro, desde su despacho, parte y reparte ingresos y
gastos a su entender, castigando y premiando, relegando o primando intereses,
según sus afinidades y quereres.
Así, como viene ocurriendo desde que gobierna el PP, ha
caído la inversión en la "díscola" Cataluña, del mismo modo que se ha
recortado en todo lo que tiene que ver con acortar distancias, en sanidad y,
sobre todo, en educación entre los más privilegiados y quienes no han tenido la
suerte de nacer en una cuna con blasones. Así, mientras crece en casi un millón
el número de familias españolas, afectadas por el paro o la enfermedad, que a
lo largo de este último año han tenido que recurrir a las ayudas sociales,
privadas o públicas, el presupuesto destinado a ellas se mantiene congelado,
del mismo modo que el presupuesto dedicado a las becas Erasmus, las que, según
las estadísticas, garantizan una mejor salida frente al paro juvenil, también
en el frío.
Es lo que ocurre cuando se elaboran los presupuestos sin
salir de los despachos, partiendo de deseos más que de realidades y sometidos a
la necesidad imperiosa de maquillar las cifras para hacernos creer, a un año de
unas elecciones generales y apenas medio de otras municipales y autonómicas,
que se han cumplido los objetivos. Tanto es así, que, en un país cansado de
sufrir recortes sus dotaciones sociales, salarios y todo aquello que lleve el
apellido de público, devaluado internamente porque aún sigue atado al
despotismo monetario de Alemania, el ministro responsable de la caja común, de
las cuentas de todos, Cristóbal Montoro, se permite escribir un cuento
increíble, grabarlo en un pen drive y enlazarlos c un BIDI, cuánta modernez
para un ministro salido de las caverna, para distribuir sus mentiras más a
diestro que a siniestro.
Porque qué es sino un cuento un conjunto de sumas y restas,
de ingresos y gastos, que parte de una premisa tan falsa, como que los ingresos
del Estado van a ser los mismos que fueron durante aquella borrachera de hace
siete años, cuando apurábamos las copas del boom inmobiliario que acabó como
todos ya sabemos. Pues sí, por imposible y delirante que parezca, ese es el
cálculo del que parten, sin ningún rubor, las cuentas del ministro más
delirantemente descarado de este gobierno. El mismo que descalifica hasta el
insulto a quienes desmienten sus números o critican sus prioridades.
Las cuentas del ministro nos hablando de un país que
no es España, en el que crecen las afiliaciones a la Seguridad Social, cuando
él sabe, como todos nosotros, que esas afiliaciones sólo son por días a por
contratos miserables que en modo alguno garantizarán las pensiones actuales o
futuras. Montoro nos habla de unos ingresos idílicos que no se compadecen con
la realidad, porque los provenientes del turismo, una de nuestras mayores
fuentes de ingresos, pueden ser grandes en cifras de viajeros recibidos, pero
han caído estrepitosamente en cuanto a calidad y gasto realizado por cada uno
de los turistas.
Pero no importa. Este gobierno y los que ostenta su partido
en las autonomías que gobierna han caído en la cuenta de que mentir en
las estadísticas no es tan grave y que un titular construido con una de esas
mentiras pesa menos en la conciencia de la gente que los desmentidos
posteriores que a duras penas logra asomar en los medios. Lo cierto es que, de
momento y si no le ponemos remedio en las urnas con nuestros votos, seguimos en
las garras de Montoro.
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