Definitivamente, los madrileños no tenemos suerte con los
consejeros de Sanidad. Al menos con los del PP. Por el despacho correspondiente
han pasado personajes tan lamentables como Juan José Güemes, yernísimo de
Carlos Fabra, y organizador de aquellas jornadas en las que se ofrecía la salud
de los madrileños a las multinacionales del sector como una oportunidad de
negocio para ellas. Le siguió Manuel Lamela, aquel señor que, para minar el
prestigio del hospital público de Getafe y abrir el camino a sus amigos
empresarios, no dudó en acusar al doctor Montes, responsable de las urgencias
del mismo, poco menos que de ser el Mengele de la eutanasia. Y a éste le
sucedió Javier Fernández Lasquetty, brezo ejecutor del copago farmacéutico y de
las frustradas operaciones del euro por receta y la privatización de media
docena de hospitales públicos madrileños.
Quienes vivimos la sanidad desde fuera, como pacientes o,
simplemente, como pacientes, aunque, al menos yo, no las tenía todas conmigo,
pensábamos que la epidemia de tan nefastos consejeros había cesado con el
nombramiento de Javier Rodríguez, que inauguró su mandato dando carpetazo a
casi todos los despropósitos de su antecesor Lasquetty, aunque pronto se mostró
como un terminator listo para cortar las cabezas de quienes, como el equipo
responsable del combativo centro de salud de General Ricardos, habían destacado
en la lucha de la marea blanca contra las privatizaciones, o la del presidente
de la Asociación para la Defensa de la Sanidad Pública, Marciano Sánchez Bayle,
al que no se permitió prolongar su vida laboral en la sanidad pública.
Expongo toda esta cadena de humanos errores, que no errores
humanos, para desembocar en Javier Rodríguez, el último de los consejeros, aún
en su puesto, que ha estado escondido en su agujero, sin asomar siquiera su
hocico, mientras se le venía encima toda una cadena de chapuzas organizativas
que ponían en peligro no sólo el prestigio de la sanidad madrileña, sino la
salud de los madrileños. Este señor que, aunque por su actitud no lo parezca,
es efectivamente médico, ha hecho también su carrera política y la ha hecho en
el PP, ocupando un escaño en la Asamblea de Madrid y una silla en el consejo de
Administración de Telemadrid, la televisión autonómica madrileña, que agoniza
tras haberle sido amputado todo lo que tenía de profesional.
Un político médico, que no un médico político, que ayer
mostró la más nauseabunda de sus caras al aparecer, por fin, ante los medios,
una vez que el responsable del Carlos III obtuvo de la auxiliar de enfermería
infectada la confesión de que había cometido al quitarse uno de los guantes de
protección después de haber estado en contacto con el virus. Salió ufano de su
agujero, sacando pecho y con su presa entre los dientes, porque, en lugar de
mostrar la menor preocupación por todos los errores que se han cometido
en esta crisis, dejo claro su alivio por tener ya un chivo expiatorio, porque,
como se dice por aquí, lo importante no es no tener la culpa sino tener a quien
echársela. Y él tenía a Teresa Romero, a la que, sin piedad, acusó de mentir,
reconociendo, incluso, que lo hacía "de su cosecha", sin pruebas.
La falta de humanidad de este señor, al que -aún siento náuseas-
acabo de escuchar como balbuceaba miserables excusas para su miserable
comportamiento, es de proporciones bíblicas, Supongo que, para él, un médico de
la vieja escuela, una auxiliar de clínica es poco menos que una limpiadora que
no merece ni siquiera una mirada ni mucho menos la más mínima compasión. El
chulesco "bastante tiene ya con lo que tiene", con que hirió ayer
nuestros oídos, dice mucho de quién es este zafio señor que, con su falta de
profesionalidad y sentido común ha echado por tierra gran parte del prestigio
que merecidamente tenía la sanidad española.
Este tipejo no sabe si se cumplieron los protocolos, no sabe
por qué no se atendió debidamente a la paciente, no sabe si los centros de
salud disponen de la información, el material y el entrenamiento adecuados para
actuar ante casos sospechosos. No sabe si, como es obligatorio, se supervisaron
las operaciones de colocarse y quitarse las protecciones, no sabe por qué se
autorizó el uso de la misma ambulancia con que se trasladó a Teresa, sin
desinfección alguna, para el traslado de otros pacientes y tampoco conoce la carta del médico que la atendió en las urgencias de
Alcorcón, durante seis horas, sin ayuda y con un traje de protección que le
venía pequeño y que tuvo que quitarse y ponerse hasta trece veces. No sabe por
qué Teresa ha estado haciendo vida normal cuando ya se sabía o al menos debía
saberse que podía estar infectada por el ébola, puesto que había estado en
contacto con el virus.
No sabe nada, pero no parece que le importe, porque sabe que
la culpa es de Teresa "que bastante tiene con lo que tiene" y,
"de su cosecha", que no dijo la verdad a los médicos.
La echábamos en falta, pero, por fin, salió la rata.
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