jueves, 9 de octubre de 2014

SALIÓ LA RATA



Definitivamente, los madrileños no tenemos suerte con los consejeros de Sanidad. Al menos con los del PP. Por el despacho correspondiente han pasado personajes tan lamentables como Juan José Güemes, yernísimo de Carlos Fabra, y organizador de aquellas jornadas en las que se ofrecía la salud de los madrileños a las multinacionales del sector como una oportunidad de negocio para ellas. Le siguió Manuel Lamela, aquel señor que, para minar el prestigio del hospital público de Getafe y abrir el camino a sus amigos empresarios, no dudó en acusar al doctor Montes, responsable de las urgencias del mismo, poco menos que de ser el Mengele de la eutanasia. Y a éste le sucedió Javier Fernández Lasquetty, brezo ejecutor del copago farmacéutico y de las frustradas operaciones del euro por receta y la privatización de media docena de hospitales públicos madrileños.
Quienes vivimos la sanidad desde fuera, como pacientes o, simplemente, como pacientes, aunque, al menos yo, no las tenía todas conmigo, pensábamos que la epidemia de tan nefastos consejeros había cesado con el nombramiento de Javier Rodríguez, que inauguró su mandato dando carpetazo a casi todos los despropósitos de su antecesor Lasquetty, aunque pronto se mostró como un terminator listo para cortar las cabezas de quienes, como el equipo responsable del combativo centro de salud de General Ricardos, habían destacado en la lucha de la marea blanca contra las privatizaciones, o la del presidente de la Asociación para la Defensa de la Sanidad Pública, Marciano Sánchez Bayle, al que no se permitió prolongar su vida laboral en la sanidad pública.
Expongo toda esta cadena de humanos errores, que no errores humanos, para desembocar en Javier Rodríguez, el último de los consejeros, aún en su puesto, que ha estado escondido en su agujero, sin asomar siquiera su hocico, mientras se le venía encima toda una cadena de chapuzas organizativas que ponían en peligro no sólo el prestigio de la sanidad madrileña, sino la salud de los madrileños. Este señor que, aunque por su actitud no lo parezca, es efectivamente médico, ha hecho también su carrera política y la ha hecho en el PP, ocupando un escaño en la Asamblea de Madrid y una silla en el consejo de Administración de Telemadrid, la televisión autonómica madrileña, que agoniza tras haberle sido amputado todo lo que tenía de profesional.
Un político médico, que no un médico político, que ayer mostró la más nauseabunda de sus caras al aparecer, por fin, ante los medios, una vez que el responsable del Carlos III obtuvo de la auxiliar de enfermería infectada la confesión de que había cometido al quitarse uno de los guantes de protección después de haber estado en contacto con el virus. Salió ufano de su agujero, sacando pecho y con su presa entre los dientes, porque, en lugar de mostrar la menor preocupación por todos los errores que  se han cometido en esta crisis, dejo claro su alivio por tener ya un chivo expiatorio, porque, como se dice por aquí, lo importante no es no tener la culpa sino tener a quien echársela. Y él tenía a Teresa Romero, a la que, sin piedad, acusó de mentir, reconociendo, incluso, que lo hacía "de su cosecha", sin pruebas.
La falta de humanidad de este señor, al que -aún siento náuseas- acabo de escuchar como balbuceaba miserables excusas para su miserable comportamiento, es de proporciones bíblicas, Supongo que, para él, un médico de la vieja escuela, una auxiliar de clínica es poco menos que una limpiadora que no merece ni siquiera una mirada ni mucho menos la más mínima compasión. El chulesco "bastante tiene ya con lo que tiene", con que hirió ayer nuestros oídos, dice mucho de quién es este zafio señor que, con su falta de profesionalidad y sentido común ha echado por tierra gran parte del prestigio que merecidamente tenía la sanidad española.
Este tipejo no sabe si se cumplieron los protocolos, no sabe por qué no se atendió debidamente a la paciente, no sabe si los centros de salud disponen de la información, el material y el entrenamiento adecuados para actuar ante casos sospechosos. No sabe si, como es obligatorio, se supervisaron las operaciones de colocarse y quitarse las protecciones, no sabe por qué se autorizó el uso de la misma ambulancia con que se trasladó a Teresa, sin desinfección alguna, para el traslado de otros pacientes y tampoco conoce la carta del médico que la atendió en las urgencias de Alcorcón, durante seis horas, sin ayuda y con un traje de protección que le venía pequeño y que tuvo que quitarse y ponerse hasta trece veces. No sabe por qué Teresa ha estado haciendo vida normal cuando ya se sabía o al menos debía saberse que podía estar infectada por el ébola, puesto que había estado en contacto con el virus.
No sabe nada, pero no parece que le importe, porque sabe que la culpa es de Teresa "que bastante tiene con lo que tiene" y, "de su cosecha", que no dijo la verdad a los médicos.
La echábamos en falta, pero, por fin, salió la rata.


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