Todos estos años de desgobierno del Partido Popular he
vivido convencido de que Ana Mato, la ministra del confeti, nunca estaba o de
que, al menos, no estaba cuando más se la necesitaba. Hoy estoy convencido de
que la señora Mato, la que, eso cuentan, no era capaz de echar de menos, ni de
más, un jaguar en su garaje, en realidad no existe. que apenas es in
holograma que se proyecta en la presidencia de algún que otro acto o en las
escasas ruedas de prensa a las que nos dicen que acude, para dar soporte con su
imagen perfectamente sincronizada con la grabación de lo que apenas es un breve
comunicado de prensa, una de esas tautologías a la que son tan dados en la sala
de máquinas del partido, que, convenientemente troceado, sirve para que el
holograma de la ministra inexistente, con cara de espanto, simule una respuesta
ante cualquier pregunta impertinente.
He tardado en llegar a esa conclusión, pero, al hacerlo, me
he quedado más tranquilo, porque saber que tal ministra no existe me evita la
paranoia de no entender por qué Rajoy, quizá otro holograma, no la cesa. La
verdad es que tampoco era necesaria una ministra, o un ministro, para un
ministerio que apenas conserva algunas incompetencias ¡uy, perdón, quise decir
competencias, en qué estaría yo pensando! Una ministra simpática y parlanchina,
como lo fue Trinidad Jiménez, quedaba mucho mejor, porque adornaba un montón,
pero, con el mandato de Leire Pajín, quedó claro que cualquiera valía para el
cargo y entramos en el despeñadero que nos ha llevado hasta la ministra
holograma.
No se puede ser más torpe que el citado holograma. Cuando
comparece ante la prensa, parece no ser consciente de dónde se encuentra. Vive
una especie de arrebato místico y sólo le falta presentarse ante sus verdugos
vestida de túnica blanca y con la palma del martirio en sus manos, dispuesta a
dar su vida por su fe católica y liberal lapidada bajo el peso de tan crueles preguntas.
Tanto es así que, de un tiempo a esta parte, el holograma va adquiriendo el
color y el aspecto de una virgen románica, de esas que se han salvado de la
rapiña y de los museos en algunas ermitas.
Pero volvamos a lo importante. Volvamos a la evidencia de
que la ministra no existe, porque cómo, si no, explicar una gestión tan
desastrosa. Cómo explicar que, desde la antigua sede de los sindicatos
franquistas, se haya tratado un asunto tan serio como la llegada del ébola a
nuestro país como si de una superproducción de Samuel Bronston se tratara, con
muchos extras y figurantes y mucho cartón piedra detrás.
Lo que ha sucedido con la auxiliar Teresa Romero y quién
sabe si alguien más, es la crónica de una catástrofe anunciada, porque a los
responsables de organizar el dispositivo organizado para atender a los
religiosos repatriados se le fue todo en palabras grandilocuentes y caravanas
espectaculares, sin dotar a los trabajadores que realmente deberían enfrentarse
a la enfermedad de la formación y los medios precisos para hacerlo. Ya en
julio, y tuvieron la prudencia de hacerlo ante el juez, enfermeras del Hospital
La Paz, del que depende el Carlos III, denunciaron ante el juez estas carencias
que nada tienen que ver con el manido "cumplimiento de los protocolos a
rajatabla" del que se han llenado la boca los políticos de la cúpula
hospitalaria.
Material desfasado, con tallaje erróneo, calzas inadecuadas
que había que sellar con cinta adhesiva, formación precipitada, con dos charlas
de apenas tres cuartos de hora para explicar un procedimiento, el de vestirse y
desvestirse en el que se emplean veinticinco minutos para enfundarse los trajes
y sus complementos y cuarenta y cinco minutos para quitárselos con seguridad.
Eso, unido a que ninguno de los sanitarios había practicado tan delicado
ritual, prueba el descuido de las autoridades, mucho más preocupadas por
atender a la prensa y, sobre todo, a las televisiones que en atender las
demandas de los sanitarios.
Eso, por no hablar del desastre organizativo, que ha
supuesto el seguimiento de los encargados del dispositivo y que ha llevado al
ingreso, casi fuera de control, de la auxiliar infectada o, mucho más grave,
del desmantelamiento del único centro de referencia en el tratamiento de estas enfermedades
que ha llevado a toda la improvisación posterior. Una situación creada en torno
a algo tan importante como la salud y la tranquilidad de la gente que, en un
país civilizado y normal, se hubiese llevado ya por delante a más de un cargo,
especialmente a la cabeza del ministerio. No será aquí, donde tenemos un
holograma por ministra y empiezo a creer que otro por presidente, porque no os
habéis preguntado donde está Rajoy que no dice nada mientras ocurre este
desastre ante sus narices.
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