No paso de ser un aficionado, y de segundo orden, al
fútbol, que busca en él más la estética que la épica y que disfruta viendo esos
partidos en los que se despliega la fuerza de cada equipo y, sobre todo, la inteligencia
y el esfuerzo de cada conjunto, más que la espectacularidad de unos pocos que
lo mismo se dejan caer con aspavientos al menor contracto, buscando que
sancionen al rival al que no son capaces de superar, que levantan el pie
a la altura de la cara del contrario para que la próxima vez se lo piense a la
hora de disputar un valor.
Lo que está ocurriendo en Cataluña y a propósito de Cataluña
guarda, desgraciadamente, alguna que otra similitud con uno de esos partidos
que uno desea de juego limpio y con resultado justo, pero que uno o los dos rivales
a un tiempo salpican con marrullerías y trucos de perro viejo, a la búsqueda no
del disfrute del espectador desapasionado, si no del resultado que envalentone
hasta la ronquera al más hooligan de los hinchas.
Y eso que ocurre en y con Cataluña, sucede, como con los
llamados partidos "de la máxima" que se viven con más intensidad y
fanatismo en los medios que en la propia sociedad y en la calle. Anoche mismo
regresé de una visita de dos días a Barcelona, ciudad que adoro, pese a la
saturación turística que la aqueja, y os aseguro que, en las conversaciones, la
actitud de la gente es mucho más sosegada de lo que lo es en los medios o en
las calles del mismo Madrid y que la actitud de la gente, al menos de aquella
con la que me he cruzado este fin de semana en Barcelona, es tan hospitalaria y
amable como siempre.
Me he movida por varias zonas de la ciudad y, dadas mis
dificultades de visión, que me impiden leer un plano o, incluso, los nombres de
las calles en las esquinas, he tenido que preguntar mucho y a gente de todo
tipo y de todas las edades, con lo que, además de corroborar que los
barceloneses, al igual que ocurre cada vez más con los madrileños, son cada vez
más de todas partes y que todos, con una sola excepción, te brindan su
castellano, su segunda lengua en la mayoría de los casos, en cuanto comprueban
o sólo sospechan tu origen.
Quiero decir con lo anterior que no existe resquemor ante
quienes llegamos del resto de España, pese a que sí lo hay y mucho hacia un
gobierno y un partido, los de Rajoy que a cada demanda que han hecho los catalanes,
y las ha habido muy razonables, sistemáticamente se les ha sorprendido
con el silencio, los recursos ante el Constitucional o con boicoteos montaraces
a sus productos. Ese es el problema que El PP ya no controla la agresividad y
el miedo que ha venido alimentando todos estos años a sabiendas de que su
desprestigio en Cataluña, como en Euskadi, y sus cruzadas por la unidad de
España, a la que, en lugar de hacer pedagogía, ahora se ha sumado el PSOE, le daba
votos en el resto del país.
Eses es el gran problema, que, con sus piscinazos
sobreactuados y su juego peligroso, el PP y los que le siguen buscan alterar la
situación de cordialidad y entendimiento con que los catalanes y quienes
les respetamos hemos vivido. Las calles de Barcelona, en un día tan
crucial como el del sábado no eran en absoluto agresivas para nadie, salvo para
los que, como ocurría con aquellos descerebrados que un día prohibieron el uso
de la ikurriña, con toda la sangre que aquello arrastró, que es asustan o
se enojan ante la visión de los balcones adornados con esteladas.
Mas y Rajoy están ensuciando el partido con su juego
peligroso, sus patadas por encima de la cintura, sus amenazas y sus
aspavientos, porque saben que su verdadero partido, el de las urnas, lo
perderían se llegan a ellas con su gestión plagada de recortes y corrupción,
por eso echan mano de toda este teatro en el que se encaraman sobre los
legítimos sentimientos de la gente, sin medir el riesgo que la supone pasar a la
orilla de la confrontación.
Si he extraído una conclusión de estos dos días en Barcelona
es la de que la gente sigue siendo tan cordial como siempre, sique sintiendo y
defendiendo su identidad diferente y la de que, ante todo, y más allá de lo que
respondan o del resultado que arroje la consulta, lo que quieren es ser
preguntados.
Ya veremos en qué acaba todo esto, pero ojalá desde hoy y
hasta que el TC suspenda la convocatoria que se hizo el sábado desde la
Generalitat, con el apoyo, no lo olvidemos, de la mayoría de quienes
representan a los catalanes, la gente responsable y con voz, que es más de la
que pensamos, explique cómo deberían ser las cosas, desenmascarando de paso el juego
sucio y peligroso de Mas y Rajoy.
Ya se metió la pata llevando al TC el estatuto reformado
hace apenas cuatro años y haciendo caso omiso de las recomendaciones del
tribunal.
Volvemos al juego sucio y peligroso, a la astucia y la
estrategia, pensando más en mantener el poder que en conseguir la felicidad de
los ciudadanos.
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