Ayer, en un reencuentro con viejos amigos y compañeros, hubo
tiempo para charlar de muchas cosas y, claro está, también de corrupción y de
política. Y, sorprendentemente, hubo más unanimidad en el diagnóstico de la
primera que sobre el tratamiento que hay que aplicar a la política para que
deje de manifestarse el preocupante síntoma que es la corrupción.
Noté, fundamentalmente, miedo a lo desconocido, pánico a
perder el control, a pesar de que nada hay más descontrolado que el sistema de
partidos en España, en el que la democracia interna ni siquiera es un objetivo
y de que, para nuestra desgracia, se ha demostrado que los partidos políticos
españoles, al menos los dos que más tiempo han gobernado en uno u otro ámbito
de poder, mantienen soterrada gran parte de su actividad, especialmente la que
tiene que ver con su sostenimiento económico.
La verdad es que ese miedo o, mejor, dejémoslo en
desconfianza o simple preocupación dirigidas a la incógnita que puede abrir,
que de hecho abre, Podemos en el poder o como contrapeso del poder. Ya en casa
me di cuenta que gran parte del que durante años había sido voto útil, el apoyo
más o menos crítico a partidos que ya comenzaban a dejarnos ver sus miserias,
se está convirtiendo en un voto miedoso que prefiere encomendarse a la
virgencita y quedarse como está, antes que dar el salto en el vacío que podría
llevarle hacia adelante, pero que temen que acabe en catástrofe.
Yo que, como no podía ser de otra forma, también desconfío
de las personas y de los, por desgracia necesarios, liderazgos fuertes,
creo haber encontrado la manera de justificar ahora un voto distinto que saque
del barro en el que lleva años enfangada nuestra democracia. Y esa
justificación, necesaria por otra parte para no caer en la melancolía, la
encuentro en la convicción de que, si acabo votando al temido Podemos, no
estaré votando exactamente a la anatemizada formación anti casta, sino que lo
que estaré haciendo es votar a o con la gente, que vota a Podemos.
Me explico. Si lo hago es porque llevo años, demasiados,
dando mi coto, sincero al principio, pero sólo útil en los últimos quince o
veinte años, y porque aquel "he entendido el mensaje" del último
Felipe González, vencedor por los pelos en las elecciones del 93, no pasó de
mero recurso retórico que, inmediatamente, cayó en el olvido. Demasiados años
esperando que el PSOE enderezase su camino y volviese a ser aquel partido
ilusionante de los ochenta. Pero no. Todo fue en vano y no sólo dilapido la
confianza que se le devolvió a zapatero, sino que, como a los viejos maniquíes
comenzó a vérseles el relleno de paja bajo las costuras.
Por eso creo que, como a los niños desobedientes emberrinchados,
sólo un shock descomunal, como sería un batacazo electoral aun mayor que el
último, quizá el que le llevase a quedar como tercera fuerza o a sentir en la
nuca el aliento de Podemos o de cualquier coalición que pueda formarse, le
puede llevar repensarse como partido al servicio de los votantes y no
como la sociedad anónima que se sirve de los votantes en que se ha convertido.
Creo que esa es la única salida, si no queremos asistir a la
lenta y triste desaparición del partido que más ilusionó a este país, sólo
comparable a la triste decepción de los españoles. Por eso, a quienes ahora
temen un cambio les digo ¿por qué tanto miedo? En cualquier caso, afortunadamente en seo consiste la democracia, detrás estaremos
nosotros.
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1 comentario:
No hay que desilusionarse amigo Javier. Si has votado a un partido ladrón y asesino como el PSOE de Felipe no veo inconveniente en votar a un partido sólo ladrón como el PSOE actual. Ánimo !!! ;-)
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