Cuando en la tarde de ayer saltó la noticia, a mí, como
imagino que a la mayoría de los ciudadanos, se me vinieron a la cabeza
infinidad de preguntas, pero, sobre todo una, qué se ha hecho mal, porque esa
es la única certeza, la de que algo se ha hecho mal, porque, en teoría o al
menos eso se nos dijo cuando se repatrió al primer misionero infectado, el
riesgo de contagio era nulo.
Eso está claro, si la auxiliar d enfermería se ha contagiado
es porque, pese a lo que nos han contado, estuvo en contacto con el virus.
Ahora queda por saber si ese contacto tuvo su origen en una mala práctica, un
fallo humano, personal o colectivo, o, si por el contrario, el error estuvo en
el empleo de medios de aislamiento inadecuado. Lo más urgente es, por tanto,
investigar minuciosamente todos y cada uno de los pasos dados por la enferma en
su contacto con los pacientes repatriados desde África o con todo aquello que
estuvo en contacto con ellos, además de revisar minuciosamente todo el material
estéril que se empleado en la atención de los religiosos.
Es obvio que algo o alguien no estuvo a la altura de lo
exigido para un riesgo tan grande o que alguno de los pasos dados para
deshacerse de la vestimenta o el material empleados por el personal sanitario
se ha roto la barrera estéril y ojalá no descubramos que también en esto, como
en casi todo, tenemos fama de ello, hemos hecho un "apaño" con un
poco de esparadrapo o una pinza de la ropa.
Eso es primordial. Sobre todo, para no repetir los posibles
errores cometidos, pero más crucial aun debe ser modificar el protocolo a que
se someterá personal encargado del tratamiento de los futuros infectados. No
puede ser que alguien que haya corrido el riesgo de resultar contaminado por el
virus quede fuera de control, salvo las ya sabidas tomas de temperatura dos
veces al día, y con libertad de movimiento para, incluso, como es el caso de la
auxiliar contagiada, irse de vacaciones. Sé que ella, como sus compañeros era
voluntaria, pero está claro que el riesgo que asumían no es sólo personal sino
que afecta y compromete al resto de la comunidad.
Está claro, porque la historia de la medicina y del
mundo así lo atestiguan, que pocos procedimientos resultan tan eficaces para el
control d epidemias como la cuarentena, ese aislamiento a que se sometía a los
viajeros sospechosos de estar enfermos y a quienes con ellos habían compartido
el viaje, hasta haber comprobado que no habían contraído el mal, fuese cual
fuese. Y son famosas, por ejemplo, las ciudadelas, como la que hay en la isla situada
frente al puerto de Mahón, en las que se recluía a todos estos viajeros hasta
estar seguros de que no representaban un riesgo para el resto de la población
No entiendo. pues, que, a menos de dos semanas, de la muerte
del último paciente traído a España, esta trabajadora sanitaria y sus compañero
que estuvieron en contacto con los enfermos hayan gozado de libertad de
movimientos, quedando al arbitrio, únicamente, de su sentido común y
responsabilidad.
Sé que es duro plantear el establecimiento de una cuarentena
para quienes voluntariamente se han puesto a disposición de la comunidad para
trabajar en unas condiciones de riesgo como esas. Pero eso es algo que debería
estar previsto y recompensado. Lo tengo tan claro como que ahora va a resultar
mucho más difícil encontrar voluntarios para tan necesaria labor. Y eso no es
lo más grave, porque la ahora oficialmente enferma, pese a estar sometida a tan
somera vigilancia fue atendida en un centro convencional como lo es el Hospital
de Alcorcón, en cuyas urgencias fue atendida y donde estuvo en contacto con sanitarios
y, es de suponer, con otros pacientes, además de todos los familiares y vecinos
con los que ha estado en contacto.
Ahora toca reconstruir los últimos movimientos de esta
auxiliar sanitaria para determinar quienes han estado en riesgo de haber
contraído el mal, hacerles el seguimiento y aislarlos para evitar que ocurra
con ellos lo mismo que inexplicablemente ha ocurrido con ella. Sobre esto,
cuando menos, habrá que exigir responsabilidades a la ministra o los responsables
de la sanidad madrileña. Lo han hecho muy mal, rematadamente mal, tanto que
ahora, después de sus evidentes fallos, los ciudadanos españoles, especialmente
los madrileños, estamos más en riesgo que antes, ojo, no de que se atendiese a
los religiosos repatriados, sino de que se desmantelase sin las precauciones
debidas el dispositivo que les atendió. Algo que, espero, no tenga que ver con
el rácano concepto de la gestión que continuamente exhiben los gestores de la
Sanidad del PP.
La fiebre ha cruzado el Estrecho y ya está entre nosotros.
Sólo espero que, haciendo de la necesidad virtud, entendamos que no somos
inmunes y pongamos los medios para tratar el ébola allá donde está la
enfermedad, aplicando el sentido común y no el heroísmo o la suerte y el cálculo de probabilidades.
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