Ahora que Teresa Romero parece salir del peligro en que la
sumió la improvisación chapucera t torpe de una administración insensata que
antepone el ahorro y su política de comunicación a la salud y la tranquilidad
de todos los ciudadanos, incluso en situaciones tan críticas como la que ha
provocado el contagio de esta trabajadora, es el momento de exigir todas las
responsabilidades a que haya lugar la nefasta gestión de este asunto.
Que es ahora el momento de exigir responsabilidades y no
cuando se hizo evidente la inutilidad y la falta de sensatez de la ministra
Mato y el consejero Rodríguez es algo que aún no acabo de entender y que el
PSOE tendrá que explicarme, porque eso de solucionar primero la crisis y
después exigiremos dimisiones y ceses no se sostiene, entre otras cosas porque
ministra y consejero han seguido, sobre el papel, al frente de las
estructuras que han hecho fracasar y que, una vez puenteados, funcionaron de
nuevo.
Quizá todo se deba a esa tolerancia hacia los errores de la
derecha que está demostrando este nuevo PSOE, que, como su secretario general,
no ve más enemigo que Podemos porque valora únicamente los riesgos para el
mismo partido y termina por despreciar el que supone para la ciudadanía que el
PP se mantenga en el poder. Quizá todo se deba a que, entre acercarse a la
derecha o a la izquierda, han optado por arrimarse a aquellos con los que,
desde hace tres décadas, se ha alternado en el poder y no por arriesgarse a un
enfrentamiento contra el único poder fáctico vigente, el capital especulativo,
eso que eufemísticamente llaman "los mercados".
Por todo lo anterior, lo único que tengo claro es que la vía
para exigir responsabilidades no es otra que la judicial, porque, por
desgracia, los parlamentos se han convertido en enormes ollas de marear
perdices, en las que las comisiones de investigación, cuyo resultado se conoce
de antemano, acaban por convertirse en inútiles esfuerzos que conducen a la
melancolía y a un descrédito aún mayor si cabe de la política y los políticos.
No hace falta recordar que, si de una comisión
parlamentaria, que la hubo, nada hubiésemos sabido de las tarjetas
fantasma de Caja Madrid y Bankia, porque unos y otros estaban enfangados en
ellas, y de no haber sido por la iniciativa ciudadana, otra vez el 15-M, y un
juez no sé si más imprudente que valiente, Elpidio Silva, seguirían
sangrándonos a todos desde los bolsillos de ocho decenas de tipejos escogidos
en aplicación de una particular regla de D'Hont,
Yo confío en que Teresa y su compañero, Javier, emprendan, con
el apoyo económico y moral de la ciudadanía, cuantas acciones legales sean
precisas para desenmascarar a los verdaderos culpables del contagio que pido
haberle costado la vida a la auxiliar, para dejar al descubierto una política
suicida que lleva al desmantelamiento del único hospital español especializado
en enfermedades tropicales y a la disgregación de los equipos que en él
trabajaban, en un momento en el que crece la inmigración procedente de África,
no siempre en las mejores condiciones sanitarias y que, por si fuera poco, han
sido expulsados del sistema por quienes tan nefastamente han gestionado esta
que, por ahora, ha sido la última crisis.
Estos señores que ahora ocupan el poder creen que no importa
cómo sean las cosas sino como nos las cuentan, Esta gente es capaz de ver
hilitos de plastilina allá donde lo que hay es un petrolero hundido, lo mismo
que ve raíces vigorosas donde hay millones de parados y hogares empobrecidos,
con niños mal alimentados y jóvenes sin esperanza y son capaces de mantener al frente
de la sanidad española a una mujer siempre al borde del llanto porque ella
misma es la primera que sabe que no sería capaz de gestionar siquiera una
mercería o de dejar en su despacho a un tipo indecente en las formas y en la
gestión, sólo para que acabemos creyendo que tenemos verdaderos políticos,
entregados al servicio de la sociedad, en lugar de los pringosos hilitos de
plastilina que asoman del barco hundido de nuestra política.
Y una cosa más. Yo también dirigiría la exigencia de
responsabilidades a Germán Ramírez, el médico que, en contra de la
confidencialidad a la que obliga la deontología que exige su profesión, se
encargó de difundir a los cuatro vientos la "autoinculpación"
arrancada a una mujer en estado febril tras un insistente interrogatorio,
autoinculpación que sirvió al interrogador para afianzarse en el protocolo que,
en contra de la opinión de la mayoría de los sanitarios, defendió en agosto y
al consejero Javier Rodríguez para, después de un vergonzante silencio,
presentarse ante los medios con la pieza cobrada por el doctor Ramírez, verdadero origen de la crucifixión de Teresa.
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