Nada como una crisis para poner a prueba a toda una
sociedad, por más democrática y civilizada que ésta se crea. Nada como una
catástrofe natural o como las consecuencias de una gestión desastrosa para
medir las virtudes y defectos de un país y de sus habitantes. Lo comprobamos
con la terrible crisis económica que aún padecemos, que nos permitió comprobar
la solidaridad de nuestra gente y la falta de ella de nuestro gobierno.
Del desastre organizativo y de la poca autoridad de este
gobierno que padecemos ya escribí la pasada semana y creo que poco queda por
hacer, salvo echar en cara a Mariano Rajoy su falta de autoridad, su
incapacidad para entender el mundo como algo más que una encuesta o un
telediario, su cobardía y su inmoralidad. Eso, y no cesar en la denuncia de lo
inmoral y peligroso que resulta que personajes sin preparación técnica o
política ocupen puestos tan cruciales de la administración como los que ocupan
la ministra Ana Mato o el consejero Javier Rodríguez, encargados de decidir
sobre asuntos tan graves y vitales como los que afectan a nuestra salud.
No me cansaré nunca de hacerlo, pero creo que ha llegado el
momento de denunciar que, en este, al igual que en otros asuntos que afectan al
poder, político o económico, el comportamiento de nuestros medios de
comunicación no es el que cabría esperar en una sociedad adulta y que, ante la
criminal falta de información por parte de quien debería tenerla y
administrarla, el gobierno, algunos de ellos tiraron por la calle de en medio y
se echaron al monte más amarillo y sensacionalista que su escasa ética y
sentido común les dieron a entender.
Hace ya tiempo que los responsables de las televisiones
tomaron la decisión de borrar la frontera que debería borrar la opinión y las
variedades de lo que realmente es información. Siendo esto cierto, no nos
haríamos ningún bien si comenzáramos a disparar únicamente sobre las marilós,
terelus, teresas y los josejavieres que, al menor descuido, se meten en
nuestras casas, bares y cafeterías para convertir en chascarrillo nada inocente
todo aquello que cae en manos de sus guionistas. Y digo que haríamos mal en
limitar sólo a ellos nuestra crítica, porque otros personajes, algunos ya en
los altares de la gloria periodística, tienden a relajar esa frontera que
debería permitir a los receptores de su trabajo los hechos de las opiniones y
la verdad de las patrañas.
Estoy seguro de que si os aclaro que, efectivamente me
refiero a Jordi Évole, Antonio García Ferreras o Iñaki López, casualmente todos
en la Sexta, algunos de vosotros torceréis el gesto y os sintáis quizá
ofendidos, pero os aseguro que soy sincero cuando lo escribo y que sólo trato
de despertar las alarmas respecto a una forma de hacer periodismo que busca más
la espectacularidad y los picos de audiencia que la realidad, trivializando en
el lenguaje y en la misma información contenidos que merecerían ser tratados
con más sobriedad y equilibrio,
No es la primera vez que digo esto o cosas parecidas, pero
es que el desastre de gestión e informativo al que hemos asistido ha desatado
todos los demonios del infierno de la información, Y todo porque, ante la falta
de una información seria y contrastada y creciendo como estaba creciendo la
inquietud en la ciudadanía cada uno hizo de su capa un sayo y se llevó el ébola
a su terreno y algunos de esos terrenos os aseguro que eran demasiado
resbaladizos y tenían la costalada garantizada.
Algunas de esas incursiones fueron simplemente torpes. Otras
perseguían el reforzamiento de las excusas con las que personajes como el
consejero Rodríguez pretendieron cubrir sus bien comidas espaldas de médico
zafio e irrespetuoso, pero otras perseguían, simplemente, subir la audiencia y
rellenar espacios de la parrilla explotando el miedo y la preocupación ajenos.
Capítulo aparte merecen todos esos que, siguiendo las
consignas e instrucciones de sus padrinos y pagadores, han insultado,
ridiculizado y desprestigiado a una trabajadora que tuvo el coraje del que
todos esos paniaguados carecen y por un salario que, probablemente, no alcanza
en un mes lo que un tipejo como Alfonso Rojo se lleva en un día. Ya lo dijo y
lo dejó claro el genial Goya en sus grabados "el sueño de la razón"
produce monstruos". Llevamos demasiados años dormidos y estos son nuestros
muertos. Espero que, después de lo visto y oído estos días, la sociedad
despierte y, cuando todo haya acabado, alguien tome la iniciativa de llevar
ante los tribunales a cuantos han salpicado con su baba hedionda el prestigio
de una mujer y una profesión que se mueve en el más trivial de los heroísmos
sin que seamos capaces de reconocérselo.
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