Sí. Yo también soy español, aunque nunca he hecho gala de
algo que resulta obvio. Quienes tenemos el corazón un poco más a la izquierda y
no lo escondemos detrás de la cartera, hemos cometido el pecado de
avergonzarnos de tal condición, porque, después de cuarenta años de guerra y
dictadura, teníamos demasiado asimilados los conceptos de español y franquista
y aún pesaba demasiado la memoria de la República usurpada y sus símbolos.
Ahora corren otros tiempos y esa vergüenza con la que crecimos ya no tiene sentido.
Me siento español, porque me siento solidario con quienes
viven en este país, sin distinguir entre catalanes o vascos, gallegos o andaluces, castellano o extremeños, etc. jordis y mohameds, entre hombres y
mujeres, entre pobres y ricos -son los ricos los que se distinguen solos- ni,
mucho menos, entre niños y viejos o homosexuales y heterosexuales.
Mis impuestos, pagados con satisfacción responsable, han
sido y serán para todos y cada uno de los españoles y mi aspiración es que se
repartan con justicia y en interés de nuestro futuro.
Como digo, la izquierda se ha apuntado a lo de la
españolidad con demasiada timidez y se ha dejado comer el terreno. Lo saben muy
bien los patriotas de las tijeras que, mientras recortan derechos y servicios
se lo llevan crudo, contribuyendo al déficit con sus dos o tres sueldos, cuando
no depositando sus fortunas y las de aquellos a quien defienden en paraísos
fiscales, a veces en Gibraltar o en islas del Canal de la Mancha, territorio de
la pérfida Albión.
Ayer mismo, en el Palacio de Deportes de la Comunidad de
Madrid, Esperanza Aguirre volvió a apelar a la españolidad y el patriotismo de
los votantes, como si quienes votan PSOE o IU fuesen, como decían en tiempos de
Franco, rusos. Mientras, la señora condesa, en su cajón de sastre lleno de
tijeras, escondía en su ley de acompañamiento de los presupuestos medidas tales
como la de, después de haber regalado a los peregrinos de las JMJc millones de
euros en abonos de transporte casi gratuitos, privar del derecho disfrutar de tal
beneficio, y a su precio, a quienes viven en las provincias limítrofes, en
urbanizaciones construidas, algunas, en terrenos de la familia de su marido, y
acuden todos los días a trabajar a Madrid. Lo justifican porque -dicen- los
madrileños no tienen por qué pagar el abono de quienes viven fuera de la
comunidad, aunque sean quienes generan esa riqueza de la que tanto presume la
condesa -añado yo- y la comunidad vecina de Castilla La Mancha, que preside su
amiga Cospedal no ha renovado el convenio de reciprocidad existente.
Luego, ellas y ellos que llevan años sembrando la
desconfianza sobre la solvencia de nuestro país son los españoles y nosotros,
los antipatriotas.
Me gustaría que los españoles pensasen en todo esto antes de
ir a votar. De ser certeras las encuestas no va a ser así, aunque, hasta mañana
a las ocho de la tarde hay tiempo. Ahora bien, si se cumplen los peores
presagios, nos vamos a enterar de lo que, para algunos, es ser español.
Puedes leer más entradas de "A media
luz" en http://javierastasio2.blogspot.com/ y en http://javierastasio.blogspot.es y, si amas la buena música, síguenos en “Hernández y Fernández” en
http://javierastasio.blogspot.com/
No hay comentarios:
Publicar un comentario