El frío llegó hace siete días al jardín del PSOE que no
estaba preparado para tan bajas temperaturas. La triste realidad de las hojas
muertas y las ramas por las que ni circula ni volverá a fluir la savia obliga a
tomar las tijeras para llevar a cabo la poda que, dentro de unos meses, cuando
despierte la vida y despierte la calle, le permita dar los frutos que todos
esperamos de él.
Hay demasiadas ramas muertas y hay, sobre toso, demasiadas
ramas dando sus frutos en el jardín del vecino, consumiendo una savia necesaria
en el suyo y cuando llegue la primavera, que ojalá no tarde, va a ser
imprescindible cada gota de vida.
Corren malos tiempos para las rosas, pero el rosal es un
arbusto, a la vez, fuerte y delicado. Quienes tenemos uno cerca sabemos que no
les sientan bien el frío ni el exceso de agua y que son capaces de dar flores y
albergar los más crueles parásitos. Pero lo peor, lo saben bien quienes los cultivan,
son esas ramas verdes y yermas que vienen directamente del tronco en el que están
injertados y que sólo sirven para robar vida al resto, al igual que los
escaramujos, los frutos inútiles en que se convierte la rosa cuando pierde su esplendor.
Hay que podar. Hay que elegir entre lo yerto y aquello donde
palpita la vida. Hay que escoger qué ramas queremos fuertes y cuáles no van
sino a quitar la luz y el agua que necesita el resto. También hay ramas
enfermas que mienten sobre la realidad de un jardín hermoso y necesario.
Hay que acabar con las malas yerbas y cuidar aquello que
plantamos y quisimos ver crecer. Pero, sobre todo, hay que pensar que ese
jardín, como casi todos se cuida, no para uno mismo, sino para los demás,
porque los jardines no son sino instrumentos de vida y de belleza que, en el
fondo, se trabajan para los otros.
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