Lo de las sospechas sobre Iñaki Urdangarín, yerno del rey,
es muy feo, pero que muy feo.
Nos habíamos acostumbrado a que los escasos tropezones de la
familia real española nos los contasen en papel cuché Hola y compañía y, por
eso, ver al duque de Lugo en las sórdidas páginas que suelen acoger a los
matas, los camps y los roldanes que han sido y serán en esta España de manos
largas y moral distraída, resulta, cuando menos, decepcionante.
De pequeño, tardé poco en averiguar la verdadera naturaleza
de los Reyes Magos, pero mantuve una falsa candidez por pura conveniencia.
Tenía la sospecha de que, si contaba lo que sabía, se acabaría eso de encontrar
la noche de Reyes los regalos, previamente descubiertos en algún armario, junto
a los zapatos. Con la monarquía española me pasa otro tanto: no creo en ella,
aunque, en su momento Juan Carlos cumplió de sobras su papel, pero mantengo la
ficción porque nos conviene, especialmente cuando caigo en la cuenta de quién
podría llegar a Sarkozy en España.
Ayer tuvimos pruebas de lo que ocurre cuando algunos
personajes públicos sobrepasan algunos límites, aunque sea en el ámbito privado
¿queda algo que podamos considerar privado? dimiten o los cesan. Sin embargo,
es impensable que Urdangarín dimita como yerno o sea cesado como duque.
Insisto, lo de la Operación Babel, de la Fiscalía
Anticorrupción, con facturas infladas, contratos por cantidades de vértigo a
cambio de nada o casi nada, paraísos fiscales, palmarenas y Camps y Matas de
comparsas es feo, muy feo. Tanto que en el mejor de los casos el duque sería un
tonto, útil, pero tonto, del que se ha aprovechado su socio Diego Torres.
Qué feo, majestades. Tan feo que, este año, al yerno, habrá
que traerle carbón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario