Lo que nos está pasando desde hace dos años es el resultado
de la avidez insaciable de quienes, aislados del resto de la humanidad, sólo
son capaces de ver sus números y enfermos de ese terrible mal que les impide
saciar su codicia, privándoles de cualquier indicio de razón y, lo que es peor,
humanidad.
La gente de la que os hablo se esconde tras eso que llamamos
mercado, pero también está entre quienes creen que el ejemplo chino, herencia
de una dictadura, la de Mao, que fue capaz de condenar al hambre a millones de personas
obligándoles a fundir sus aperos para cumplir sus planes de producción de
acero, puede y debe exportarse al resto del mundo, derribando de un plumazo
décadas de derechos humanos y progreso social.
La gente de la que os hablo es la que explota becarios, la
que no paga impuestos, la que sumerge una parte de su negocio, la que compra y
vende en negro, la que sería capaz de venderle un coche a un ciego con tal de
venderlo, la que, en la oficina, siega la hierba bajo los pies de los
compañeros para "caerle bien" al jefecillo de turno, la que calla
cuando ese despótico jefe se equivoca, dice gilipolleces sin más o abusa de su
autoridad con sus subordinados.
Esa gente, que sólo es infame en la medida que se lo
permiten sus posibilidades, es la que sería capaz, si pudiera, de sacudir las
economías de países como el nuestro, de acaparar metales como el aluminio para
imponer después sus precios o comprar las cosechas de cereales de los próximos
años para subir sus precios y llenar aún más sus bolsillos, aunque, con ello,
nos dejen sin trabajo y dejen sin trabajo a nuestros hijos, estrangulen
industrias como las de las bebidas envasadas, o condenen al hambre y la miseria
a una parte significativa de los siete mil millones de seres humanos que ya
estamos sobre el planeta.
No sé el qué, pero algo hay que hacer si no queremos llegar
a una situación tal en que el hambre empuje a los más desfavorecidos a dar un
vuelco a la situación. Si eso llega a ocurrir, de ahí al fascismo sólo habrá un
paso. De momento, el dios Mercado ya ha conseguido que una gran parte de la
opinión publicada, esté poniendo en cuestión algo tan democrático como la
celebración de un referéndum.
El juego de la Bolsa, que, en su sube y baja, casi nunca
interpreta la situación real de la sociedad en que se juega, se está
convirtiendo en una ruleta rusa que puede hacer ricos o arruinar a los que
apuestan, pero que de vez en cuando se lleva una vida por delante.
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