jueves, 3 de noviembre de 2011

A VUELTAS CON LA DEMOCRACIA


Vivimos una época convulsa en la que ya nada es, no ya lo que parece, sino lo que debería ser. Una época en la que quienes ostentan el poder, que no siempre son los gobiernos, apoyados por quienes configuran la opinión, retuercen sus argumentos, cuando los dan, hasta el punto de meter a la verdad en una galería de espejos en la que se deforma y se desdobla hasta el punto de que deja de ser una y clara.
Sin embargo, por encima de lo que está pasando, quedan las sensaciones, quedan las certidumbres que llevan a los ciudadanos a responder en las encuestas que los bancos tienen más poder que los gobiernos y que los políticos son uno de sus mayores motivos de preocupación, cuando debieran ser la solución a sus problemas.
Esta situación tan inquietante se ha manifestado en toda su delirante crudeza cuando el primer ministro griego, Yorgos Papandreu, ha tenido la "desfachatez" de dar la palabra al pueblo -¿no era esa la esencia de la democracia?- antes de aprobar la terrible batería de medidas que se imponen desde el triángulo Berlín-París-Bruselas. El gesto de Papandreu, sincero o no, interesado o no, es incontestable, pero ha dejado helados a quienes pilotan la "presunta" salida a esta crisis en Europa. "Habrase visto", habrán pensado, preguntarle a la gente si quieren ahorcar su futuro.
Está claro que el referéndum griego, si llega a celebrarse y mucho más si certifica el rechazo a las contrapartidas al plan de rescate europeo, no va a traer más que quebraderos de cabeza a los líderes europeos, pero ¿y nosotros? ¿Qué es lo que tenemos desde hace más de dos años? Lo que propone el jefe de gobierno griego es lo que no se atrevió a proponer el nuestro que agacho las orejas y tragó, incluso cuando se nos obligó a reformar nuestra constitución. Por cierto, menudo papelón el del secretario de Estado para Europa, Diego López Garrido, que rechazó la celebración del referéndum griego, porque -dijo- ese tipo de consultas se reserva para la reforma de la constitución. Acabáramos.
Lo peor de lo malo es que ante este panorama en el que se niega la palabra al pueblo, se le convoca para que, dentro de tres domingos elijamos entre quien formó parte del gobierno que nos ha llevado hasta donde estamos y quien disfrutaba con el desgaste de ese gobierno y a hurtadillas nos quiere dejar aún peor. Uno siente entonces ganas de mandarles a todos a la mierda, pero cae en la cuenta de que la derecha nunca se queda en casa y que, entre dos males, siempre hay uno peor.
Qué pena que la democracia no pueda llevarse al taller, porque necesita unos cuantos arreglos o, al menos, una revisión a fondo.

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