Ayer, los madrileños seguíamos padeciendo los efectos de la última cita de la agenda oculta de "nuestro" alcalde, que, sin decirnos nada y sin que sepamos a cambio de qué, regaló la plaza de Cibeles a la secta ultracatólica de los kikos, con el consiguiente cierre del centro de Madrid a sus legítimos propietarios que, con el de ayer, llevan ya varios días sin poder disfrutar de su ciudad.
Y mientras esto sucedía en el centro de Madrid, en Barcelona decenas de miles de fieles acudían a Misa Mayor en el santuario de su fe barcelonista, el Nou Camp que se vistió de gala para recibir, esta vez sí, con todos los honores a su hijo pródigo Cesc Fábregas.
Los seguidores de ese "equipo pequeñito" que le está quitando el sueño y la salud mental a un tal José Mourinho, que, a su vez, se ha mostrado dispuesto a hacer olvidar, si no borrar, del himno del Real Madrid eso de "caballero del honor", disfrutaron como "señores pequeñitos" de la fiesta del fútbol.
Un deporte de personas y no de hombres, como dice el portugués que querría ser respetado como lo es Guardiola, sin necesidad de campañas mediáticas ni de encuestas inducidas y convenientemente cribadas. Un deporte de héroes como Messi, Cesc, Xavi, Iniesta o Abidal y no de esos villanos como Pepe o Marcelo que, enloquecidos, están haciendo perder la razón a quienes, como Iker Casillas, son el espejo en el que se miran tantos niños.
Mourinho confunde la talla de los jugadores con la arrogancia de que son capaces, por eso no se lleva bien con Cristiano Ronaldo, cada vez menos diño sobre el campo. Confunde, como tantos, el valor y el esfuerzo con eso que llaman "hombría" y que no es otra cosa que el machismo trasnochado que tanto daño ha hecho siempre a este país y al suyo.
A mí que me den equipos pequeñitos como este Barça al que da gloria ver jugar o esa selección irrepetible que el bocazas del cleriman – por favor, que alguien le diga que se puede ser elegante sin ir de gris- se ha propuesto malograr. Con dos equipos pequeñitos como esos me sobran los de hombretones marrulleros que a él tanto le gustan.
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