No encuentro más palabra que esa, ineptitud, para definir la actuación de la Delegación del Gobierno de Madrid, porque, cuando un ciudadano acude a una manifestación autorizada, lo que ese ciudadano espera es que esa manifestación, no sólo sea contenida por las fuerzas de orden público, sino que sea protegida de cualquier elemento que trate de impedirla.
La manifestación de ayer pretendía ser una fiesta del laicismo, frente a la enorme excursión pagada en parte con dinero público, nuestro dinero, directa o indirectamente a través de desgravaciones fiscales a las empresas patrocinadoras. Y no puede interpretarse de otro modo una marcha que incluía carrozas, niños y ancianos.
Creo que la ineptitud de la delegada del Gobierno o de quien le asesore parte de que no fueron capaces de imaginar el éxito de la manifestación, muy por encima, incluso, de las previsiones de quienes la habían organizado. Frente a esa masiva asistencia, les faltaron reflejos o ganas de facilitar las cosas a la marcha.
No creo que fuese aconsejable dejar que los falsamente llamados peregrinos -son turistas ruidosos como hooligans que comen, beben y orinan como perros en cualquier parte- se concentrasen en la Puerta del Sol en oposición a la marcha. Imagino que es difícil contar con efectivos policiales, en su mayoría de vacaciones, pero bastaba con no haber autorizado la JMJ en pleno agosto.
Más irracional fue mantener abierta la estación de metro de Sol, especialmente cuando el Metro de Madrid se ha convertido por obra y gracia de la generosidad selectiva, eso sí, del Consorcio de Transportes que ha facilitado a precio de saldo abonos de transportes para medio millón de inscritos que convierten en suplicio cualquier intento de cruzar la ciudad en Metro por parte de ciudadanos "normales", sin que el personal de Metro, la empresa de seguridad que, al parecer, sólo sirve para espantar músicos, las fuerzas de seguridad o los voluntarios de la JMJ, hagan nada por regular el acceso a los andenes ni para impedir el gregarismo de quienes, se meten de golpe y a presión en los vagones, sin importarles la seguridad del resto de viajeros.
Yo estuve en la Puerta del Sol y reconozco que, después de las provocaciones de los "becados" de la JMJ, una mezcla de mística -no hay más que ver la foto de Reuters- y chulería, abucheé a los que perfectamente identificados por camisetas, sombreros y mochilas, pagados, como digo, con dinero público, recordándoles precisamente eso: que sus mochilas las habíamos pagado todos.
El balance de los incidentes originados por la mala gestión del asunto da idea de cómo se produjeron: once heridos leves, tres de ellos policías y ningún JMJ y media docena de detenidos, entre ellos un fotógrafo y una joven que se retiraba con su pancarta plegada. Eso, en la disolución de una marcha autorizada y bloqueada por elementos ajenos a la misma que son quienes nunca debieron estar en el recorrido para provocar a los manifestantes.
Resulta curioso que, según cuenta EL PAÍS, el mando que ordenó la carga lo hiciese al grito de ¡Basta ya de mariconadas!, una concepción del orden público que tiene mucho que ver con el "unabomber" católico de la JMJ que llamaba en Internet a "matar maricones".
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