Adolescentes llenos de inocencia e indefensos ante la manipulación de que son objeto por parte de sus colegios y, lamentablemente, de sus propios padres. Niños y niñas con el "joer" o el cigarro, todavía demasiado grandes, en la boca. esperando el paso de una caja de cristal con ruedas que lleva dentro un señor vestido de blanco que no es Justin Bieber ni, mucho menos, Lady Gaga, a pesar de los modelitos, pero que provoca gritos y desmayos como si lo fuese. Menores de edad expuestos al más eficaz y persistente marketing que ha conocido la historia, niños a los que se les habla a un tiempo del bendito sol que les asfixia y sofoca y de la bendita lluvia que les empapa cuando ya es de noche. Inocentes a los que se les pide que recen para que cese la lluvia cuando escampa. En fin, carne joven, no para los seminarios, en los que desde hace tiempo reinan las telarañas, sino para todas esas sectas que permiten un catolicismo más sectario, sin el sacrificio de una vida y sin tener que conocer la miseria y las injusticias de una sociedad en la que, con una limosna o una obra de caridad que, a ser posible, desgrave, se compensan los abusos de poder, la corrupción, la especulación, la explotación del prójimo, la xenofobia y otros "pecadillos" sin importancia.
Adolescentes que gritan por su ignorancia más o menos inocente... y adultos que lo hacen con gran entusiasmo, porque han "barrido" de ateos y laicos las calles de Madrid, porque han expulsado de una ciudad ya de por sí conservadora, a base de incomodidades y de un exceso de expresión multicolor y altisonante, a quienes esperaban pasearla en su mes de descanso. Finos estrategas que también gritan de entusiasmo, porque, al final, han conseguido, con el apoyo de toda su batería mediática y con la colaboración de Ayuntamiento, Comunidad Autónoma y algún que otro ministro que, cegado por la luz divina, no ha sido capaz de atender a sus obligaciones para con los ciudadanos, hacer creer al mundo que Madrid es una ciudad ultracatólica e histérica.
Dirigentes políticos que gritan de entusiasmo porque la JMJ, a la que esconden la "c" de católica, ha sido un éxito. Un éxito que no lo es de organización, porque el caos ha reinado y reinara en Madrid todavía hasta el martes. Un éxito que no ha sido económico, porque este turismo de "gratis total", de menú a 6,50, de transportes al 80%, de museos gratuitos o de alojamiento "by the face", la ocupación hotelera no ha pasado del 70%, porque, evidentemente, Madrid no ha sido esta semana la ciudad más apropiada para una visita turística. Así que, salvo que hayan aumentado las ventas de alcohol y de preservativos, las pérdidas -incluyendo lo que se desgraven El Corte Inglés, Mahou, Coca Cola, Bankia, Telefónica, BBVA y demás- van a ser cuantiosas.
Ya por último, el señor Canalda, al frente de la institución del Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid, gritará de entusiasmo al ver cómo, anoche, centenares de menores estuvieron expuestos a una importante tormenta de esas que se dan en agosto en Madrid que arrancó sillas y carpas, causó unos cuantos heridos y aguó la comunión de hoy.
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