sábado, 27 de agosto de 2011

GALLARDÓN Y DIOS


El alcalde de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón, había sido hasta ahora poco dado a esos aspavientos tan propios de quienes dicen sentir la fe católica y se ven en la necesidad de exhibirla en cuanto se les da la más mínima oportunidad. Pero, de un tiempo a esta parte, algo ha cambiado en él, porque no deja de dar muestras de sentirla y, como todo converso, exagerando el gesto.
Bastaría con ver el entusiasmo que puso la limpieza de la casa del señor, que diría un catequista, ante la llegada de Benedicto XVI, pidiendo al ministro del Interior que limpiasen la Puerta del Sol de los "hippies, perro flautas y piojosos" del 15-M, para llenarla después de la aseada y multicolor "juventud del papa".
Vinieron luego todas sus andanadas contra el e derecho de quienes no compartimos su dispendio para con este "woodstock del integrismo" que no hubiese sido posible sin el generoso regalo de las calles, los transportes y las instalaciones públicas de esta ciudad que es de todos los madrileños, los que hemos nacido en ella y los que no, y los que le dieron su voto y los que no se lo dimos.
También, cómo no, ese "hincado" de rodillas ante el papa que me avergonzó tanto como madrileño, como pareció sorprender al rey Juan Carlos que, como muchos, conoce de largo sus aficiones. No se humilló más, porque estaba el suelo de por medio y la física es la física. Luego vino la entrega de las llaves de la ciudad, quizá lo menos importante, porque eso sí es absolutamente protocolario, y como cierre del festival, cuando el papa ya estaba en Roma, la cesión a los kikos, la más hortera y peligrosa de las nuevas sectas católicas, que se mantuvo oculta hasta el final, a base de mentiras nada piadosas sobre la dificultad del desmantelamiento del escenario de Cibeles. Ahí Gallardón debió recordar que algunos productores de cine aprovechaban los decorados de una de romanos para rodar después otra película.
Sin embargo, la gota que ha colmado el vaso ha sido la censura encubierta que ha impuesto sobre "Camerinos", la exposición ya mutilada en Mérida por las presiones de su ayuntamiento y el flamante gobierno popular extremeño -popular con el consentimiento de IU- que llevaron a la dimisión de Blanca Portillo como directora del Festival de Teatro Clásico de la capital extremeña.
Dice Alicia Moreno -la cara amable de ese Jano que es Gallardón, la menos agradable es Ana Botella- que la exposición de traslada a enero de 2012 para evitar que se vea "contaminada por discursos coyunturales propios de un periodo pre-electoral que la conviertan en objeto de una controversia que nada tiene que ver con el origen de su concepción". Hay que recordar en este punto que el elemento polémico de la exposición encargada y financiada por el Teatro Español de Madrid, de propiedad municipal, es una foto del actor Asier Etxeandia cubriendo su pubis con una estampa del "Cristo de
Velázquez".
Gallardón y la hija de Nuria Espert dirán lo que quieran, pero este aplazamiento no deja de ser una censura más o menso encubierta, especialmente porque, a través del catálogo a la venta y de la prensa todos conocemos la fotografía de la polémica.
Tengo la impresión de que, como Saulo camino de Damasco, Gallardón se ha caído del caballo cegado por una luz que, si no divina, si hecha de ambición, le ha dejado claro que si quiere seguir adelante en su camino a la Moncloa tiene que dejarse de remilgos y exquisiteces para parecerse más a la España de misa y casino que nos va a gobernar si algo extraordinario no lo remedia.

No hay comentarios: