Miserable. Esa es la primera palabra que me ha venido a la boca cuando, esta mañana, he escuchado a Javier Arenas acusar a Alfredo Pérez Rubalcaba, el ministro del Interior que ha puesto a ETA contra las cuerdas, de no haber querido acabar al 100% con ETA.
¿Cuánto estuvo dispuesto a acabar con la banda terrorista Mariano Rajoy cuando fue ministro del Interior? ¿Cuánto lo estuvo Aznar cuando envió a Ginebra a dos de sus hombres de confianza, para reunirse con el "Movimiento Vasco de Liberación"?
Acusar al ex ministro que, al frente de Interior, ha conseguido más éxitos contra ETA, el que más miembros de la banda a mandado a prisión, el que más atentados ha evitado, el que ha logrado que ETA no atente desde hace dos años -ayer mismo se cumplieron- de no querer acabar con ETA, sólo puede hacerlo un miserable.
Javier Arenas hace, sin que ninguno o muy pocos medios de comunicación se lo recriminen, aquello que tanto me indignaba en mis primeros años de periodista: mentir con descaro, buscando hacer el mayor daño posible al rival, porque sabe que pocos o nadie van a acompañar sus palabras con los datos que las desmienten. A lo sumo, una apostilla y la réplica de alguno de sus rivales.
Hace ya demasiado tiempo que las declaraciones, verdaderas o falsas, de determinados líderes se encadenan en los titulares de los informativos sin que nadie nos aclare si lo que se dice en ellas es verdad o es mentira. Hace ya demasiado tiempo que el "miserable" que se merecen lo tenemos que poner nosotros y empiezo a estar cansado.
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