Una de las características de los sistemas democráticos es la de que reservan al Estado el uso legítimo de la violencia, garantizando de ese modo que los ciudadanos están protegidos de toda violencia no legítima. Ahora bien, una cosa es ese uso legítimo de la violencia y otra bien distinta el abuso y la brutalidad policial, tan habituales estos tres últimos días en las calles de Madrid.
Demasiados agentes, espoleados por sus mandos, están ejerciendo una violencia brutal e injustificada sobre quienes, jóvenes y no tan jóvenes, protestan con la palabra y, en todo caso, el gesto, contra un uso privado y masivo de bienes comunes como son las calles y, naturalmente, los impuestos de todos los españoles y de los madrileños en particular.
Hay demasiadas imágenes colgadas en Internet, a disposición de cualquiera, en las que queda patente, no sólo esa violencia injustificada, sino la brutalidad con que se emplean tipos grandes como castillos, perfectamente protegidos y armados, contra ciudadanos indefensos, en muchas ocasiones adolescentes, sin importarles su sexo, su edad ni, mucho menos, su actitud.
Tal parece que hubiesen recibido órdenes de "no hacer prisioneros", porque asombra que sean más los heridos que los detenidos y que, curiosamente, todos los heridos sean del mismo "bando", cuando de lo que se acusa a los manifestantes de agredir a los mal llamados peregrinos.
Lo malo es que esos porrazos que ya no van a las piernas o a la parte superior de la espalda, sino a zonas del cuerpo en las que podrían causar lesiones muy graves parten, no de servidores públicos, sino de indeseables que, por su lenguaje -"basta de mariconadas" o "a tomar por culo"- son indignas de alguien que vista un uniforme y cobre su sueldo de nuestros impuestos.
La violencia es tan evidente como lo demuestran videos como éste, recogido por EL PAÍS, en el que no sólo se golpea sin motivo, comenzando por abofetear a una muchacha que exigía su derechos, a tres jóvenes, entre ellos a un fotógrafo que recibe un porrazo en la nuca, perfectamente audible, por cierto, sino que se le abandona conmocionado en el suelo. Algo que, para cualquier ciudadano, sería un delito de denegación de auxilio y mucho más para servidores públicos.
No sé qué es lo que lleva a estos policías a comportarse así, pero he llegado a pensar que, como ha ocurrido en ocasiones, actúen bajo el efecto de estimulantes. De no ser así, está claro que no tienen el perfil psicológico apropiado para hacer frente a situaciones como las que estamos viendo, algo que me llena de inquietud porque no sé como llegarían a actuar, armados como van de una pistola, en caso de que alguno de esos manifestantes no violentos acabase por revolverse contra ellos.
Lo que está claro es que la delegada del Gobierno en Madrid, a la que parece haberse llevado el carro de Elías al cielo de los incompetentes, no debería un minuto más en el cargo.
En cuanto a los policías, deben ser conscientes de que ya no pueden actuar impunemente, porque hay demasiados ojos, electrónicos muchos de ellos, que les miran.
Zapatero y Rubalcaba siguen en silencio, pero Elena Valenciano y Antonio Hernando ya se han visto obligados a dejar en evidencia a ministros como Ramón Jáuregui que, llevados de su fe, también en la actuación policial, colgaron medallas a quienes ejercieron la más absoluta brutalidad policial. Sólo espero que de las investigaciones deriven las sanciones que merecen.
Yo, que durante años cubrí profesionalmente informaciones relativas al Ministerio del Interior, había aprendido arespetar a "nuestra" Policía. Ahora ya no creo que sea tan nuestra y me cuesta bastante respetarles como antes.
1 comentario:
Javier,acabo de descubrir tu nuevo blog,,,pasare a diario por aqui......
Abrazos
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