Estoy convencido de que una mañana de estas me despertaré y escucharé en la radio que todo está arreglado, que la pesadilla ha pasado, o que, por el contrario, ya está todo perdido y no hay nada, si es que había algo, que hacer. Estoy convencido de que lo único que me queda es hacerme el muerto, para que ni los mercados, ni los políticos, ni los bancos sepan que existo.
Vivimos una gran mentira en la que hay muy poco que podamos controlar. La palabra de dios terrible y justiciero en que hemos convertido cada pronunciamiento de las famosas agencias de calificación nos empobrece, nos humilla y nos deprime, sin que, al parecer, nos quede otra alternativa.
No nos queda más que hacernos preguntas e intentar contestarlas ¿Por qué el Banco Central Europeo ha tardado una semana en hacer lo que le toca hacer para evitar la sangría de países como España e Italia? ¿Por qué la agencia Standard & Poors esperó a un sábado, con los mercados cerrados, para rebajar la deuda norteamericana? ¿No será que hay alguien interesado en que nos cozamos en nuestro propio jugo?
Al final, todos somos expertos y nos atrevemos con nuestros propios pronósticos. Lo más gracioso es que erramos y acertamos tanto como los que tienen el marchamo de serlo.
Por eso hoy sólo me queda hacer mías las palabras del boticario de Almonacid de Zorita, el gran León Felipe, que un día escribió...
Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Digo, tan solo lo que he visto.
Y he visto:
Que la cuna del hombre la mecen con cuentos…
Que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos…
Que el llanto del hombre lo taponan con cuentos…
Que los huesos del hombre los entierran con cuentos…
Y que el miedo del hombre…
Ha inventado todos los cuentos.
Yo sé muy pocas cosas, es verdad.
Pero me han dormido con todos los cuentos…
Y sé todos los cuentos.
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