No sé por qué. Pero me da la impresión de que los indignados de la Puerta del Sol -sé que es una plaza y que en ella no hay ninguna puerta, pero es así y no de otra manera como se llama- no eran el mayor problema de los que tienen ahora mismo planteados el Gobierno y el Ayuntamiento de Madrid.
Lo más probable es que alguien pensase que en agosto sería más fácil, porque quien más y quien menos se ha ido de vacaciones y la reacción sería mucho menor. En principio así ha sido, pero "tiempo al tiempo".
El juego de la caza del ratón y el gato en que convirtió el desalojo de los indignados las calles del centro de Madrid puede llegar a prolongarse en el tiempo y cruzarse con la visita de Ratz a Madrid para eso que con perversa y equivocada intención han bautizado como Jornada Mundial de la Juventud (JMJ para la Coca Cola y el alcalde Gallardón) y que no es otra cosa que un súper mitin ultra conservador que muchos madrileños como yo estamos obligados no sólo a soportar, sino a pagar.
No sé lo que, en el mejor de los casos, tardarán los indignados en reagruparse y acampar en otro sitio o en radicalizar, en el peor de los casos, sus protestas. Lo cierto es que el único beneficiado de lo de ayer es el candidato Rubalcaba cuya prudencia al frente del ministerio del Interior, al menos en el tratamiento de este asunto, por contrate, se ha visto reforzada.
Los indignados del 15-M no son el problema. No son, al menos, el principal problema. Y las molestias que han causado hasta ahora son apenas un suspiro comparadas con el carísimo colapso en que se va a ver sumida en unos días la ciudad de Madrid.
El principal problema es la crisis económica con sus efectos colaterales en forma de paro y recortes en el Estado de Bienestar. Por eso me duele, y mucho, que el Gobierno se revuelva contra quienes han sido la conciencia crítica de esta sociedad adormecida a la que se puede subir el billete de metro y autobús un 50% sin que pase nada, mientras se gastan 50 millones de euros en acoger una concentración sectaria que no tiene otro fin el de extender una ideología que luego se trata de imponer desde los púlpitos y desde el partido que, muy probablemente, nos gobernará en unos meses. De momento, en Madrid, donde lleva años gobernando, se está impidiendo dejar este mundo a una anciana, de 91 años, ciega, sorda y demenciada, con úlceras por todo el cuerpo, porque su médico no autoriza que se la desconecte de la sonda nasogástrica que la mantiene viva y se le proporcionen cuidados paliativos. Y nadie le obliga a que cumpla le ley respetando su voluntad y la de quienes la tutelan.
En lugar de "tomarla" contra los indignados, mejor haría el Gobierno de la Nación en desalojar a la maldita prima de riesgo de nuestras vidas o, si no puede, en forzar a nuestros socios europeos a que lo hagan. Eso sí que deteriora nuestras vidas. Eso sí que perjudica seriamente nuestra salud. Y cada minuto que pasa el "rescate ejecución sumarísima" por el que ya han pasado irlandeses, portugueses y griegos está más cerca.
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