martes, 30 de agosto de 2011

DEMAGOGIA


Me indigna escuchar a alguien decir que hablar de impuestos en época de crisis es hacer demagogia. Pero, si quien lo dice es la inefable María Dolores de Cospedal, la misma que estos últimos años ha sido, con sus tres sueldos, algo así como el Cristiano Ronaldo de la política española, no sólo me indigna, sino que, además, me cabrea y lleva a la náusea.
Cuando en el mundo civilizado y decente los propietarios de algunas de las mayores fortunas demandan a las administraciones una reforma de las políticas fiscales que eleve sus propios impuestos para colaborar así en la salida de la crisis, aquí, en España, nuestros ricos dan la callada por respuesta y siguen a lo suyo, defendidos por personajes como la presidenta de Castilla - La Mancha, tierra de grandes fincas y fortunas, en la que, sin embargo, el dinero no llega para pagar la cuenta de la botica.
Claro que hay que hablar de reforma fiscal, señora Cospedal, y claro que no es demagógico. Ustedes, los que se ponen el terno oscuro o la mantilla para asistir a las procesiones son partidarios de fiar la justicia social para los mortales a un más que hipotético juicio Final, pero, señora, la quiero aquí y ahora.
No sé si su familia, pero sí la de muchos de los que tiene a su alrededor vivían felices en tiempos de aquel general bajito y sanguinario con voz de pito que no se ocupaba de los impuestos porque, de algún modo, pensaba que España era una enorme finca en la que, unas veces unos y otras veces otros, le invitaban a pegar unos cuantos tiros. Sin embargo España tiene muchas escuelas, hospitales y carreteras que mantener y una importante nómina de funcionarios que pagar. Ya veo, por sus primaras decisiones, que a usted, eso, le importa poco, pero a mí sí y micho.
Ustedes, a los que no duelen prendas a la hora de gastarse un millón de euros en la colocación de la primara piedra de una "ciudad de la justicia" que nunca verá la luz o que se gastan lo que no tenemos en financiar las vacaciones de unos cuantos miles de descerebrados con camiseta amarilla, sí les pesa la nómina del profesorado de la escuela pública, a la que van los hijos de los pobres, los inmigrantes y algunos, sólo algunos, rojos. Por eso, este año, en que no parece que vayan a convocar nuevas plazas de profesores o al menos las suficientes, su amiga Lucía Figar, la consejera de Educación de Madrid, ha decidido no renovar el contrato a los profesores interinos e incrementar las horas lectivas de los que tienen la plaza en propiedad. Dice la señora Figar que los profesores funcionarios van a tener un aumento "significativo" de su sueldo y que aumentarán en dos el número de horas lectivas de clase que tendrán que dar a la semana, de dieciocho a veinte, estos señores que, según la consejera, tienen un puesto de trabajo fijo con un sueldo a fin de mes y que, además, vienen de pasar dos meses de vacaciones, camuflando que la jornada laboral no son esas veinte horas, que la docencia es una de las actividades de más desgaste que conozco y que muchos de esos profesores dedican parte de su tiempo vacacional a actualizar su formación.
Por si fuera poco, mientras escribo esto escucho que Esperanza Aguirre ha enviado una carta a los profesores en las que les pide ese esfuerzo y lo justifica en que todo está muy mal como pueden ver si miran a su alrededor. Carioso que lo escriba quien acaba de decidir poner en la calle a 3.000 interinos y está pidiendo a los profesores que hagan esa especie de esquirolaje necesaria para ello.
Eso sí que es demagogia, señora Cospedal, porque bastaría con que los que más tienen y más ganan hiciesen un esfuerzo mayor y con que las administraciones no se gastasen nuestros impuestos en fiestas y agasajos, al papa o a su señora madre, para llegar a fin de mes.

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