Nadie que se dedique a la política en un país
civilizado y democrático se dejaría hacer en su sano juicio una foto como
aquella de hace casi veinte años, para la que posó Javier
Arenas, sonriente y ufano, en el Hotel Palace con un limpiabotas
esmerándose en lustrar sus zapatos sentado a sus pies. Nadie lo haría, salvo
que lo encontrase lo más natural del mundo. Y algo de eso debía haber, por la información que, desde ayer, podemos leer en eldiario.es.
Según este medio, fuentes del PP admiten que el que fuera durante muchos años
presidente del PP andaluz y eterno candidato de ese partido a la
presidencia de la Junta de Andalucía, muy ligado a Luis Bárcenas, hoy en
prisión, al que unía una estrecha amistad, era cliente habitual del lujosísimo
hotel madrileño, con cargo a las arcas del PP, al igual que los cuantiosos
"complementos" que cobraba como gastos de representación, a pesar de
que el partido de la calle Génova también se hacía cargo de las facturas
de comidas y cenas en lujosos restaurantes que el que fuera secretario
general de la mano de Rajoy les presentaba.
Sé que, para quienes se dedican a él, el oficio de
limpiabotas no resulta tan humillante y que ejercerlo en algunos
establecimientos puede llegar a ser bastante rentable gracias a las
suculentas propinas de algunos clientes. También sé que algunos limpiabotas
-"limpias" en Madrid y "boleros", por ejemplo en México-
llegan a desarrollar una filosofía equiparable a la de los bármanes que acaban
siendo una especie de confesores de sus clientes. Aún así, siempre he
considerado que tener los ojos a la altura de la entrepierna del cliente y las
manos renegridas de los tintes y el betún no debe ser plato de buen gusto.
Por eso la torpeza de Arenas al dejarse fotografiar, creo
recordar que para EL PAÍS, fue evidente, pues estaba a punto de convertirse en
candidato a la presidencia andaluza y a participar en los ataques de su partido
a las peonadas que permitían, permiten y permitieron, también durante su
etapa de ministro de Trabajo, sobrevivir a cientos de miles de
trabajadores del campo andaluz. Pero ya se sabe que la verdad suele ser la
primera víctima de cualquier campaña electoral.
Me indignó en su día la foto de marras y me indigna más aún
que he sabido que don Javier, cómo a él le gusta, con el tratamiento por
delante, llegó a gastar dos mil euros en la cuenta de un restaurante
en un solo día, lo que querría decir que, aunque fuesen veinte los comensales,
el cubierto a cien euros por comensal. Me indigno y me indigna, porque son
estos señores los que, cuando todo se fue a pique por culpa de otros amigos y
compañeros de pupitre, trataron de convencernos de lo que pasó pasó porque
habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades.
Son torpes y amorales, se permiten darnos lecciones y
consejos, pero jamás en la vida predicarían con el ejemplo, porque, hacerlo, es
muy sacrificado.
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