Algo hemos hecho mal cuando la terrible consecuencia de este
tercio de siglo de democracia es que los políticos, que deberían ser nuestros
representantes, han construido entre sus vidas y las nuestras un muro de
micrófonos y cámaras que, no sólo les protege de cualquier exigencia de
responsabilidad, sino que les impide ver la misma realidad. Es triste, pero es
así. De lo que dicen los políticos, que, por desgracia, casi nunca es lo que
piensan, apenas nos ocupamos unos pocos. Da miedo saberlo, pero, a la mayoría
de los ciudadanos les da igual, no ya lo que piensan, sino, incluso, lo
que dicen.
Es el resultado de la sobresaturación de las solemnes
"chorradas" a que nos someten con la ayuda de los
medios. Por eso, cuando un telediario arranca con sus rostros en pantalla,
difícilmente consigue atraer la atención hacia la pantalla de la parroquia de
un bar. Han conseguido transformar su mensaje en poco más que un
encefalograma plano. Hablan tanto y tan vacío y tan lejos de la realidad que su
mensaje se ha convertido en otro ruido de fondo que, como el del tráfico en las
ciudades y autopistas, hemos aprendido a neutralizar.
Creo que mucha culpa de esto la tenemos quienes nos hemos
dedicado o nos dedicamos a esto. Hacer información, fundamentalmente en el
Congreso, Asambleas o Ayuntamientos, se ha convertido en coser una especie de
colcha de parches, en la que lo que importa es lo llamativo del colorido de
esos parches que son las frases de diputados o concejales, más
que el que la colcha cumpla su función de abrigar a los destinatarios, que son
los ciudadanos.
Algunos, los más listos, lo saben y han aprendido a dejar
caer ante los micrófonos sus parches más chillones, sin importar los digos
y los diegos, con la mayor incoherencia y el mayor aplomo, llenando los oídos
de la gente de perogrulladas no siempre coherentes y buscando en el alma
cándida de la gente la tierra en que sembrar su propia existencia.
Dos ejemplos claros de lo que digo están en Miguel Ángel
Revilla, ex presidente bisagra de Cantabria -unas veces a derechas y otras
a izquierdas- que, después de practicar como el que más la técnica de las
butades y los gestos, ha devenido en estrella televisiva, convertido parabién
de las audiencias y los shares en una especie de oráculo para todo, que lo
mismo da una receta de cocina que "arregla" la economía del país. Sin
entrar en comparaciones imposibles, sí hay que subrayar que este señor ha hecho
al revés el camino que ya hiciera aquel obsceno Jesús Gil de Tele 5 que luego
se hizo con la alcaldía y el dinero de Marbella.
El otro ejemplo -y que me perdonen quienes creen en ella- es
Rosa Díez que siempre ha sabido que una buena frase ante un micrófono vale más
que horas y horas de enmiendas y que, desde hace ya tiempo, ha buscado
ponerse bajo los focos olvidando lealtades y lo que haga falta para
convertirse en la gran esperanza -no va con segundas- blanca de la política
española. Rosa Díez sabe hablar cuando le interesa y callar cuando no. Sabe
también que, si los medios no van a ella, ha de ser ella la que vaya a los
medios. Recuerdo una conversación con ella, hace ya años, en la que nos doraba
la píldora por darle la voz que en otros sitios se le negaba -entonces estaba
aún en el PSOE- y recuerdo también muy bien que le dije que éste país sería
mejor cuando los medios de comunicación nos ocupásemos de lo que hiciesen los
políticos y no de lo que hacen.
En esas estamos todavía y quizá porque lo saben los
dirigentes del Partido Popular han optado por no hablar de la prisión de
Bárcenas. Han optado, incluso, por ignorarlo. Saben de sobra que aquellos
de lo que no hablan los políticos no existe.
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