Mal están las cosas cuando un país como el
nuestro comienza a preguntarse si su presidente, cazado in fraganti en un
renuncio, acabará dando explicaciones por ello. A uno le queda el consuelo de
saber que ni siquiera el todopoderosos Berlusconi acaba escapando a la
Justicia, pero, mientras eso llega, la arcada crece sin límite.
Hemos contribuido a que, en política, ocurra lo
mismo que en el comercio. Hace unos años, en cada calle, en cada barrio, había
tiendas de ultramarinos, lecherías, droguerías, fruterías, ferreterías...
pequeños comercios, en fin, cercanos, próximos, en los que detrás del mostrador
había un vecino, un asesor, un confidente y a veces, incluso, un fiador para
cuando las cuestas de fin de mes se hacían enormes. Quisimos ser modernos,
europeos, y comenzamos a hacer la compra en coche. Salíamos del barrio, y a veces
de la ciudad, para hacer la compra. A ser posible por la tarde y en fin de
semana. Nos aficionamos a los carritos y a las colas en las cajas, a los
parkings y al olor a hamburguesa o gofre de los centros comerciales y, ahora,
que no tenemos ni para la gasolina del desplazamiento, en los barrios no quedan
tenderos y apenas solo quedan chinos cansados y aburridos que, salvo
excepciones, apenas saludan y cobran a sus clientes. Nos hemos quedado sin el
tendero que nos fíe la botella de leche o el pan, cuando regresamos a casa con
prisa y sin "cuartos" en el bolsillo. No es lo mejor, pero es lo que
hemos querido.
Para nuestra desgracia, en política lo hemos hecho igual de
mal. Hemos despreciado a los políticos "minoristas", los que podíamos
reconocer por el barrio, los que no tenían presupuesto para alquilar
polideportivos o plazas de toros. Nos dejamos "embaucar" por las
banderolas y valla de a tanto la pieza, que, como los indicadores que nos guían
a los centros comerciales o los sutiles anuncios de los coches, diseñados todos
por carísimos "profesionales" acaban pareciéndose unos a otros y
dejándonos con la duda de quién dice qué. Nos dejamos llevar por el marketing y
nos hemos olvidado de quienes pegan carteles por las calles, se ocupan de los
vecinos y siguen viviendo en el barrio. Por eso, ahora que las cosas vienen mal
dadas y creemos que tenemos algo que reprochar a quienes nos gobiernan o nos
han gobernado, la tienda del barrio está cerrada y sólo nos queda elegir entre
Carrefour o Alcampo, donde nadie va atender nuestros encargos o quejas.
En ese oligopolio de la política que hemos ayudado a
construir, ministros y diputados han aprendido que no dar explicaciones sale
gratis. Por eso, difícilmente Rajoy nos va a contar cuánto y cómo cobró a
escondidas. Por eso nunca nos aclarará que toda la sobriedad que de él
predican, nunca podremos escupirle en la cara ese "no se puede gastar
lo que no se tiene" que tan machaconamente ha repetido a los que no
cobran en sobres o cajas de puros.
Lo tienen todo medido y calculado. Si aguantan "el
tirón" de estos últimos días de julio, no tendrán que dar explicaciones
hasta septiembre y, para entonces, todo se habrá enfriado o, con un poco de
suerte habrá "algo importante" de lo que hablar, para no hablar de
"lo malo". De momento, Rajoy no está ni se le espera. Para qué, si
pase lo que pase, para cuando haya de nuevo elecciones, la gente sigue
comprando en Carrefour o Alcampo, el negocio seguirá a salvo.
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