No sé si en los últimos años ha sido así, porque sólo he
tenido una hija que, para su bien, jugaba con su gato, con sus clicks y
con sus barbies y se pasaba horas observando a las hormigas, pero en mi
infancia se jugaba mucho a "indios y americanos" y supongo que, si ya
no es así, es porque, ahora, los niños tienen ordenadores, videoconsolas y
móviles con acceso a internet. Si fuese así, sería una lástima, porque de
aquellos juegos se aprendía mucho y, sobre todo, se aprendía a elegir, a tomar
partido, porque, de ser indio o americano, dependían muchas cosas. Por ejemplo
ganar o perder.
Creo que, si se hiciese un estudio sobre la inclinación
política que después han tomado los indios y los americanos de la
infancia, tendríamos a los indios entre los románticos e inconformistas,
mientras que a la "gente de orden", a los que gustan de ganar
siempre, habría que buscarlos entre los de lazo y pistola. No es una invención,
de hecho, don Álvaro Cunqueiro, ese señor de bronce que toma el sol cuando lo
hace y vigila, sentado en su banco de piedra, quién entra y
quién sale de la catedral de su Mondoñedo natal, escribió de niño un cuento en
el que los indios, los rebeldes oprimidos, hablaban cómo el gallego. Quizá por
eso, pese a sus primeros escarceos falangistas, acabó eligiendo, como su amigo
Torrente Ballester, ser un indio sabio y brillante en una España llena de
americanos de camisa azul.
Pues bien, lo que les pasa a las personas, también les
ocurre a los países. Ayer tuvimos un vergonzoso ejemplo de cómo los grandes
mandatarios, aquellos a los que no les tiembla el pulso a la hora de dejar sin
plumas a sus paisanos, sobre todo si no son tan poderosos como sus amigos,
se humillan y se pliegan, con o sin alambicadas excusas, a los deseos del
poderoso James Stewart de turno, aunque sea negro y presuma de haberse criado
con los indios. Ayer unos cuantos países de la vieja Europa -a otros les cupo
la suerte de no haber estado en la ruta del avión del presidente boliviano-
jugaron con los nervios de Evo Morales y los de los ciudadanos a quienes
representa, negándole el uso de su espacio aéreo, siguiendo las
instrucciones del socio que les espía con descaro, que, para que no cunda el
ejemplo, no quiere dejar sin castigo, al infiel Snowden, que decidió dejar
el fuerte y contar a los cuatro vientos los manejos del Séptimo de Caballería.
Hoy es cuatro de julio y estoy seguro de que, entre presumir
de la captura del analista felón o verle a salvo y con asilo en un país
latinoamericano, Obama optó por lo primero y, con un gesto tan inusual como
irresponsable, se permitió presionar a sus socios, forzar el aterrizaje del
avión de Morales en Viena y pretender una inspección del aparato, que goza de
la misma inmunidad que una embajada, a la búsqueda del fugitivo.
A lo largo de la tarde, me sentí avergonzado y ofendido.
Avergonzado y ofendido, porque, una vez más, pudimos comprobar que los
americanos siguen persiguiendo a caballo a los renegados y que los orgullosos y
pudientes ganaderos de Europa se ponen a su disposición para capturar al
"delincuente" Snowden, mientras que miraron para otro lado cuando,
tras los atentados de las torres gemelas, sus espacios aéreos y sus
aeropuertos vivieron el trasiego de decenas de aviones que llevaban en sus
cabinas a centenares de ciudadanos secuestrados, para ponerles un mono naranja
y arrojarles, sin ningún tipo de garantía, al vergonzante agujero de
Guantánamo.
Ayer me forzaron a tener que volver a escoger en el viejo
juego y, no lo dudéis, elegí, a sabiendas de que me va a tocar perder, estar
con Evo Morales, estar con los indios una vez más.
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