Después de pasar cinco días en el paraíso, aislado del
mundanal ruido, regreso al infierno madrileño de calor y tedio y compruebo que
en esos cinco días apenas ha ocurrido nada o que, mejor dicho, nada de lo
ocurrido parece haber tenido la suficiente importancia para que los muertos
vivientes que nos gobiernan se decidan a regresar a sus tumbas o a resucitar de
una vez.
Fue casi a la entrada de Madrid donde me enteré de que Rajoy
había decidido, por fin, comparecer ante el Congreso para dar "su"
versión, que e eso tiene toda la razón Elena Valenciano, su explicación a
todas le graves revelaciones que, después de quemar sus naves, está haciendo,
sobre las cuentas y sobre los mecanismos de financiación del PP, Luis Bárcenas,
el mismo al que Rajoy otorgó su confianza y
su amistad, el mismo con el que compartía cenas de matrimonios, que,
para la "gente de orden" de este país, es el zenit de una
relación, el momento tras el que, según el tópico y perdón por
esgrimirlo, ellos comparten copa y puro y ellas, confidencias.
Lo malo de esta decisión de Rajoy no es que haya sido más o
menos tarde o más o menos "a rastras", lo malo, y es algo que no
ocurre sólo con Rajoy, es que la comparecencia se produce no porque
el presidente del gobierno tenga obligación de rendir cuentas de lo que él
mismo hace o alguien hace en su nombre, sino porque, lisa y
llanamente, le conviene. Y en este punto no hay que olvidar que, a Rajoy,
le han sobrado y le sobran oportunidades para dar esas explicaciones que sin
duda debe a la sociedad y, efectivamente, las dará dentro de una o dos semanas
en ese "teatrillo" en que han convertido el parlamento y lo hará con
la seguridad de sentirse arropado por esa mayoría absoluta que, sin sospechar
nada de lo que había, le otorgaron los ciudadanos.
Rajoy sabe lo que hace y eso es algo que, a él o a quien le
asesore, no podemos reprocharle. Sabe que en el Congreso no habrá ninguna
pregunta incómoda de un periodista rumano y sabe también de sobra que cualquier
cosa que hagan o digan sus adversarios tendrá, como todo lo que compramos
en el "súper", la trazabilidad que ayuda a preverla,
explicarla y, de paso, a desactivarla.
Rajoy ha despreciado hasta ahora todos los encuentros, y son
muchos, que ha tenido con la prensa, ha renunciada a someterse al control
del pleno, ha huido de entrevistas y ruedas de prensa y todo lo más ha aparecido,
despreciando el trabajo y la formación de los periodistas,
intermediarios necesarios ante la opinión pública, como un pez aburrido
y de colores, que se exhibe en la fría pecera de una pantalla de
televisión.
He regresado después de cinco días de estar desconectado y
feliz y me he encontrado con lo mismo que dejé, porque, por mucho que se traiga
y se lleve la moción de censura que ya no será o por mucho que alguien espere
explicaciones coherentes y sinceras del que hoy por hoy es presidente de todos
los españoles, no va a pasar nada. El guión está ya escrito y todos, diputados,
prensa y ciudadanos, nos iremos de vacaciones con la sensación de haber perdido
tiempo y a la espera de que Bárcenas o quien sea lance una nueva andanada que
vuelva a remover los cimientos del pesado sueño en el que nos tienen sumidos
Rajoy y sus comparsas, a la espera de no sé qué milagro económico.
Rajoy saldrá de la pecera para representar su papel en el
teatrillo del Congreso y quien espere de esa farsa la verdad o el escándalo
puede ponerse cómodo, porque, para nuestra desgracia, tienen todo bajo
control.
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